Aquí hay un trozo de ti, de mí, y de millones de personas que aman el FÚTBOL, el DEPORTE y la VIDA. Las pasiones y sus emociones no se eligen, se entrenan para jugar con ellas. Así es el fútbol, así es el deporte, una manera entender la vida, de entrenar el corazón, y de jugar con el mundo. Este es un pequeño rincón para hablar de todo ello. Porque al final, tú, siempre Juegas Como Entrenas.
lunes, 31 de diciembre de 2018
Thanks 2018
Thanks 2018 for bringing this spirit. You made us grow stronger, fighting for a life, no matter what it comes. Wishing 2019 and onwards plenty of health, courage, love and sport #happinessisachoice #donttellmeyoucant #justlive #wearealive #passion #sport
sábado, 8 de diciembre de 2018
Pasión que encierra la gloria…y el infierno
Boca Juniors y River Plate han protagonizado en las últimas semanas
el pulso de la pasión en torno al fútbol. Una de lasrivalidades más
apasionadas del fútbol mundial, entre los dos principales equipos de
Buenos Aires, catalizada en un evento planetario, explosivo, único y
(quien sabe) si irrepetible: la final de la Copa Libertadores de
Sudamérica. Para que un europeo lo entienda, viene a ser (casi) como un
Real Madrid-Barcelona en la final de la Champions. De infarto.
Una final que se juega a doble partido, en la que no se permite la entrada de la afición rival en campo ajeno como prevención de males mayores. Esto ya es un aviso a navegantes de cómo se las gastan allí las aficiones. El partido de ida en “La Bombonera”, la casa de Boca, se saldó con un interesantísimo empate a 2 goles. ¿Y el partido de vuelta? Debía jugarse el sábado 24 de noviembre en el Monumental de Buenos Aires, la casa de River. No pudo disputarse, ni el sábado ni el domingo. Tampoco se va a poder disputar en Buenos Aires, ni en Argentina ni en el continente americano. El partido vuela para disputarse en el Santiago Bernabéu, en Madrid. Algo insólito y extraño, pero que le añade a este evento ya de por sí único y especial, un toque más de “histórico”. Por el partido, el momento, la competición, por el lugar. Pero también por el trasfondo que esconde.
El partido no se pudo jugar donde y cuando estaba previsto inicialmente por los incidentes violentos que hubo en las inmediaciones del estadio, y los problemas de seguridad y acceso que se dieron en las gradas. Se tuvo que suspender en el Monumental. El fútbol es, tristemente, un vehículo en el que consiguen infiltrarse grupos radicales, violentos y mafias de todo tipo. Es la suerte y la desgracia de que el deporte rey sea un altavoz tan potente y mediático, que algunos le dan un mal uso y se aprovechan de ello para dinamitar y generar miedo desde dentro del propio espectáculo. Esto en Latinoamérica se vive mucho más claramente, donde la extorsión, las amenazas, la infiltración y posición de dominancia de las mafias controlan e influyen en el tempo de la pasión futbolera. Y hacen mucho más difícil poder vivir, disfrutar y formar parte activa y tranquila de la hinchada civil, de la afición corriente que nada tiene que ver con el fuego cruzado que se ha instaurado en las cloacas del juego.
La pasión con la que se vive el fútbol en Argentina es tan intensa en
su fervor como desmesurada en sus conflictos. La pasión que arrastra el
puro juego, en la cancha, sobre el piso. En el césped, con el balón,
los colores son puro corazón. Una manera diferente y única que tienen
los argentinos de apoyar devotamente a sus colores, de ir a animar pase
lo que pase con el resultado. Una pasión que les lleva a disfrutar y a
vivir la gloria cual éxtasis, como pocos aficionados pueden presumir.
Pero también, irreversiblemente, cuanta más pasión, intensidad de la
hinchada y afluencia hay entorno a un equipo/ competición, mayor es allí
el caldo de cultivo para las mafias: mayor es la crispación, la
violencia, la extorsión. Y mayor es el infierno cuando colisionan
hinchadas rivales con la excusa del fútbol, pues su enfrentamiento tiene
más que ver con el odio, la lucha de poder entre clanes o familias, el
control de los barrios, el dinero, las drogas o los ajustes de cuentas.
Una lacra difícil de erradicar, un reflejo social que proyecta las
miserias de las desigualdades.
Así las cosas, las medidas de seguridad se han extremado para el partido de vuelta. Se ha cambiado de continente, se vigila y supervisa la gestión de entradas, los viajes de los hinchas, así como la seguridad perimetral en los accesos al Bernabéu. Tenemos el privilegio de vivir una final de la Libertadores transoceánica, que se juega aquí pero allí, cuyo calor y pasión viene de lejos pero se contagia a todos.
Ojalá sea pacífico, ojalá la normalidad reine antes, durante y
después. Ojalá no haya que lamentar violencia, heridos, incidentes o
problemas de salud y seguridad que empañen este gran espectáculo. Ojalá
sea sólo fútbol, todo fútbol, todo pasión en el verde de Chamartín.
Ojalá el balón sea el mayor protagonista, ojalá los jugadores ayuden a
transmitirlo a las aficiones. Ojalá que éstas vibren por sus colores
como nunca, pero respetando a su contrario. Ojalá los niños puedan
llevarse un ejemplo de convivencia sin precedentes. Ojalá cree
jurisprudencia y pase a la historia como el derbi argentino más
especial, más apasionado, más curioso y distante pero cercano y
planetario, más amable y más bonito, más futbolero y más emocionante.
Ojalá sea la fiesta más entrañable de la copa Libertadores, ojalá marque
un antes y un después en el fútbol. Ojalá sirva para aprender y mejorar
a los estamentos del fútbol. Ojalá limpie el veneno que trae
internamente, ojalá sea un nuevo resurgir y que, sobre todo, sea un
partido de fútbol y de paz. Es más necesario que nunca.
Una final que se juega a doble partido, en la que no se permite la entrada de la afición rival en campo ajeno como prevención de males mayores. Esto ya es un aviso a navegantes de cómo se las gastan allí las aficiones. El partido de ida en “La Bombonera”, la casa de Boca, se saldó con un interesantísimo empate a 2 goles. ¿Y el partido de vuelta? Debía jugarse el sábado 24 de noviembre en el Monumental de Buenos Aires, la casa de River. No pudo disputarse, ni el sábado ni el domingo. Tampoco se va a poder disputar en Buenos Aires, ni en Argentina ni en el continente americano. El partido vuela para disputarse en el Santiago Bernabéu, en Madrid. Algo insólito y extraño, pero que le añade a este evento ya de por sí único y especial, un toque más de “histórico”. Por el partido, el momento, la competición, por el lugar. Pero también por el trasfondo que esconde.
El partido no se pudo jugar donde y cuando estaba previsto inicialmente por los incidentes violentos que hubo en las inmediaciones del estadio, y los problemas de seguridad y acceso que se dieron en las gradas. Se tuvo que suspender en el Monumental. El fútbol es, tristemente, un vehículo en el que consiguen infiltrarse grupos radicales, violentos y mafias de todo tipo. Es la suerte y la desgracia de que el deporte rey sea un altavoz tan potente y mediático, que algunos le dan un mal uso y se aprovechan de ello para dinamitar y generar miedo desde dentro del propio espectáculo. Esto en Latinoamérica se vive mucho más claramente, donde la extorsión, las amenazas, la infiltración y posición de dominancia de las mafias controlan e influyen en el tempo de la pasión futbolera. Y hacen mucho más difícil poder vivir, disfrutar y formar parte activa y tranquila de la hinchada civil, de la afición corriente que nada tiene que ver con el fuego cruzado que se ha instaurado en las cloacas del juego.
Así las cosas, las medidas de seguridad se han extremado para el partido de vuelta. Se ha cambiado de continente, se vigila y supervisa la gestión de entradas, los viajes de los hinchas, así como la seguridad perimetral en los accesos al Bernabéu. Tenemos el privilegio de vivir una final de la Libertadores transoceánica, que se juega aquí pero allí, cuyo calor y pasión viene de lejos pero se contagia a todos.
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