domingo, 2 de febrero de 2020

Querido Baloncesto....






5 min

Querido baloncesto, tú ya lo sabes, pero tengo que contarte esto. Kobe Bryant ya no está, se lo ha llevado la inmortalidad. Falleció hace apenas una semana, sacudiendo el despertar de medio mundo, y sobrecogiendo el sueño de la otra mitad. Desafiando la incredulidad del planeta, que se ha resistido a creer la verdad de una pérdida que trae, en el sentido más amplio y plural, una devastadora sensación de dolor y orfandad.

Querido baloncesto, te hablo de Kobe, aquel chico insolente con personalidad arrolladora, cuyo aterrizaje en las pistas generó grandes odios y enemigos iniciales. Evaluado con gran dureza y criticado por su atrevimiento, quizás porque no le entendían, tal vez porque le temían. Ante el valor de quien había llegado, no asimilaban el reto mayúsculo que proponía. Ni siquiera él mismo en sus comienzos supo entender su propia grandeza y su camino, vehiculizado en un joven algo arrogante, impaciente y ávido de un éxito sin madurez.

Pero el 8 incomprendido supo transformarse en el 24 de futuro para dar forma y verdad a su baloncesto y a su carrera, a su propio corazón de atleta. Entendió con encomiable humildad y profundo respeto su don y su lugar, y lo aterrizó para todos. Esa voluntad de trabajo, inmensa e inagotable, esa mentalidad ganadora permanentemente insatisfecha del que siempre busca mejorar. Esa vocación de entregarse en cuerpo y alma al juego, a la gente y a la historia a través de tu lenguaje, querido baloncesto.



Ese talento de púrpura y oro cuyo único pecado fue la superlativa ambición por igualar y superar la carrera de Michael Jordan, ¡qué osadía! O quizás aquello fuera su gran virtud: tener tal valentía, determinación y confianza en sí mismo para entender su misión en la vida, y presentarse ante el mundo como el sucesor, mirando sin miedo a los ojos de la historia, por mucho que la tarea fuera abismal. El coraje y el talento que le diste, querido baloncesto, le hicieron entender que no era necesario destronar al rey, sino esencialmente potenciar, engrandecer y continuar la labor de este por el bien común del deporte, de la sociedad.

Kobe lo entendió generosamente, y lo hizo por amor. Por amor a ti, querido baloncesto. Por amor al juego, a la superación personal, al legado que queda para siempre. Porque le diste la fuerza para ser la mejor versión de sí mismo, y hacer lo propio con los de su alrededor. Porque tú, querido baloncesto, le llamaste para inspirar a generaciones enteras, millones de aficionados dentro y fuera de las pistas durante años, y le diste alas para volar alto, para buscar la victoria y la evolución sin descanso. Fuiste tú quien sacó lo mejor de su ser para entregárnoslo a todos nosotros, querido baloncesto, para disfrutar de él y con él en un camino de vida que sabe a entrega infinita.



Hasta en la despedida, la “Mamba Negra” fue fiel a sí mismo, querido baloncesto. Como el propio Kobe barruntó de manera escalofriante en el guión de su vida, se ha ido antes de tiempo por amor a la leyenda, a ser inmortal en nuestra mente y corazones, eternamente joven, jugador, ganador e inspirador. Eternamente osado y dispuesto para los retos imposibles, eternamente agradecido por haber competido y compartido, haber ofrecido a todos y enseñado su camino, por haberse vaciado contigo. Por eso Kobe quedará para siempre grabado en las alturas del baloncesto, en el lugar de la historia que tú elegiste para él, sentado a la derecha de Jordan y esperando al otro lado a LeBron.

Querido baloncesto, hoy Kobe descansa contigo en el cielo, pero en nuestro corazón colectivo queda un enorme vacío, y el mundo llora su ausencia en tremendo duelo. Demasiado pronto, nos han arrancado una parte esencial de muy adentro, más allá del jugador, sus números, de los títulos y del juego, de la persona, el padre, el mentor y del embajador en vuelo, hemos perdido una conexión del alma, una raíz de inspiración que nos anclaba a este suelo. Este impacto socava a la humanidad y al deporte entero. Pero toca seguir adelante con la memoria y el legado de Kobe, como él habría querido, para así crecer juntos y más fuertes, superarnos y hacerte más grande a ti, querido baloncesto. Porque nos han quitado al hombre y su cuerpo, pero no al mito, la leyenda, los recuerdos, la inspiración, sus valores y sus gestos, que serán eternamente tuyos y nuestros.