Alejandro Valverde está viviendo una segunda juventud sobre la bicicleta. El
murciano es, a sus 38 años, un ciclista incombustible, referencia del pelotón
mundial, y uno de los grandes de la historia
de nuestro ciclismo español. Su carrera profesional es todo un
ejemplo para las nuevas generaciones. Su espíritu y su manera de correr,
también. 17 temporadas hasta la fecha como ciclista profesional avalan una
carrera extraordinaria, sembrada de lucha, entrenamiento duro y grandes recompensas
a modo de victorias. De enormes emociones individuales y
colectivas, así como de gran sacrificio y entrega. También de superación de
obstáculos y momentos muy difíciles en su carrera, de decepciones, sanciones
injustas y lesiones dolorosas. Pero de todo ello ha vuelto siempre más fuerte,
con un ánimo renovado y unas tremendas ganas de competir.
Valverde es
el corredor total, honra ejemplar
del ciclismo. Gregario y líder. Rodador y finalizador.
Sprinter, clasicómano y de grandes vueltas. Ciclista para fugas, para
emboscadas de equipo en forma de abanicos y etapas trampa, para la media
montaña y los finales explosivos. Un auténtico todoterreno sobre la bici, un
corredor polivalente y adaptable a casi todos los escenarios, algo de lo que
muy pocos pueden presumir. No obstante, es el ciclista con más medallas conseguidas en la historia de los
mundiales en ruta. También es de los pocos que ha conseguido
victorias de etapa en las
tres grandes vueltas, y que se ha subido al pódium final de las tres
(habiendo ganado una de ellas, la Vuelta), además de haber ganado diferentes
clásicas y carreras variopintas del calendario internacional.
Alejandro es
un ciclista que se conoce muy bien a sí mismo, lo cual le aporta una ventaja
competitiva inestimable. Es lo que te da tantos años de profesión y el
aprendizaje sobre la carretera. La experiencia es un grado, y en el caso de
Valverde, está sabiendo aprovecharla de manera fenomenal en su beneficio. Como
el buen vino, Valverde
mejora con los años, y corre con la cabeza y el corazón más que con las piernas,
lo cual en los últimos años le está dando unos resultados excelentes. Por
supuesto, sigue estando en un estado de forma increíble gracias a su trabajo
diario y a cuidarse mucho, pues esto es absolutamente necesario para seguir en
la élite. Pero tiene un plus de energía renovado, una sonrisa sobre la
bicicleta y el mono de trabajo, un brillo en los ojos que es diferente al de
los demás. Es la ilusión por
seguir compitiendo como un chaval en su primer día, pero con la
cabeza en su sitio y el cuerpo libre, alegre, sin miedos. El suyo es un momento
de dulce veteranía,
de disfrutar plenamente de su carrera de deportista de élite.
Valverde es
el ejemplo de “crack”.
Sencillo, educado y respetuoso dentro y fuera del pelotón. Siempre dispuesto
para atender a la prensa, a los fans, aun cuando esté exhausto. Consciente de
la importancia de defender el ciclismo y de ayudar a hacerlo sostenible con su
imagen, su tiempo, y su forma de correr. A hacerlo crecer gracias a su trabajo
con los patrocinadores, para los que es un icono fundamental. Comparte su
sabiduría con todo su equipo, sus auxiliares y ayudantes, sus directores, sus
jóvenes compañeros. Humilde y
solidario en carrera, eterno aprendiz de los errores, ha ido
perfeccionando la estrategia de sus piernas sobre la bici, la eficiencia de su
pedaleo en la carretera. Su potencia siempre dispuesta, su tesón en las piernas
y sus feroces finales de etapa le hicieron ganarse el apodo de “el bala”. Muy
descriptivo y fiel a su forma de correr.
“El bala”
analiza, apunta y dispara. Mide su distancia, marca a sus rivales, prepara su
ataque y lanza sus piernas. Explota la potencia de su sprint. La cantidad de
kilómetros en su cuerpo no le pesan, al contrario. Más bien le dan una sabiduría y una templanza básicas para saber
dominar y gestionar los momentos clave de las carreras. Le dan
alas y fortaleza mental para decidir mejor en cada etapa. Y lo más importante,
le dan el poso y el saber estar, le liberan de la presión del novato y le
permiten saborear su profesión con la sonrisa del que sabe que ya lo ha hecho todo, y lo que venga
es un regalo que aprecia intensamente.
Y esta
estampa fue la que se reflejó hace unos días en Innsbruck, cuando voló sobre la
bicicleta, en el mundial en
ruta 2018, donde dejó una lección magistral de ciclismo, de
patrón del pelotón, de hacerse respetar, de ir hacia adelante a por su sueño,
de dominar de principio a fin, de luchar, sudar y gritar hasta el final, hacia
el oro que brillantemente consiguió al sprint por delante de grandes figuras
mundiales.
No sabemos
cuánto le queda por delante. Ni siquiera él mismo se pone límites o techo a su
carrera ciclista. Está en su plenitud y sólo piensa en disfrutar de esa
libertad a la hora de correr. De pedalear, de brillar sobre la carretera hoy,
sin pensar en la etapa de mañana o en la siguiente carrera. Alejandro está
viviendo una merecida
edad dorada sobre las dos ruedas y nos está haciendo disfrutar
con ello. Se hace más grande con el tiempo, más fuerte, más sereno y más feliz.
Su carrera ya es enorme y su nombre una leyenda del ciclismo en el mundo, en
España y en su tierra, Murcia. Rematado además con un broche de oro en forma de
maillot de campeón mundial que se ha ganado
el derecho de lucir a lo largo del año que viene. El mejor
ciclista del mundo en ruta es hoy Alejandro Valverde, un deportista con un
enorme pasado y un delicioso futuro, pero sobre todo presente. Un inmenso corredor que está en el arcoíris de
la plenitud ciclista.