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Michael Robinson ha sido la
sonrisa importada del fútbol inglés en los medios audiovisuales españoles
durante los últimos 30 años. El fallecimiento reciente del exfutbolista y
comunicador deportivo ha dejado un gran vacío para varias generaciones que
hemos crecido, aprendido y vivido el fútbol con su voz de fondo.
Más allá de comentar y analizar
el fútbol como pocos en su versión técnica y táctica, de sus preferencias de
estilo, jugadores o equipos, Robinson dejó una impronta única en la manera de disfrutar
su profesión y de conectar con la audiencia. Transmitía una alegría sincera por
todo lo que el fútbol le permitía vivir, y una gratitud especial por la
oportunidad que se le dio en España.
Su simpatía al hablar, esa mezcla
única de flema inglesa y acento primario, junto con su dominio disfrazado del
castellano, le otorgaron su particular marca registrada y diferencial en las
narraciones de eventos futbolísticos y programas deportivos. La pausa
reflexiva, esa gran sonrisa y el humor que caracterizaban sus intervenciones le
convirtieron en un comunicador muy querido, una referencia fácilmente
identificable e imprescindible de nuestro fútbol.
Robinson hizo suyo el estilo de
vida basado en el amor al fútbol y en la alegría de vivirlo cada día un poco
más. Fue un enamorado de su trabajo, que como él mismo comentó en reiteradas
ocasiones, no suponía trabajo sino diversión. La misma diversión que era capaz
de transmitir a los espectadores, porque conectaba desde un plano muy sencillo,
directo: sin filtros. De la misma forma que al niño que vibra con su pasión se
le permiten algunas chiquilladas, a Robinson, en su condición de extranjero, el
guiño a su uso particular del castellano le permitió asumir una cierta licencia
especial: no necesitaba ser políticamente correcto para hacer bien su trabajo.
Siempre expresó lo que pensaba sin miramientos, sin rodeos. Era claro y natural en
sus argumentos, no se casaba con nadie ni tenía pelos en la lengua. Y lo sabía
hacer sin crispación, con buen talante y simpatía. Por eso fue único en su
manera de ganarse a la audiencia española. Porque, además de su amplio
conocimiento, visión exquisita y acertados planteamientos futbolísticos, con su
jerga propia y estilo único de filósofo amable del fútbol, supo encontrar su
sitio exacto entre la pasión del aficionado español y el rigor deportivo del
fútbol moderno.
Aún resuenan en nuestras cabezas
sus inconfundibles comentarios si cerramos los ojos, aún vemos el gol en su
mirada y la sonrisa en su rostro. Pero la voz de Michael Robinson, tan característica
y tan llena de vida, una compañía tan constante como el rodar semanal del balón
en nuestro fútbol, se apagó con enorme tristeza para todos, para siempre. Se
fue después de sonreírle una y mil veces al césped de cada estadio, de
agradecerle al fútbol por el partido de su vida y a la gente por darle tanto cariño,
por darle sitio y profesión en su corazón. Se fue con muchas cosas por decir y muchas
emociones que narrar. Se fue en un momento interrumpido, dejándonos a medias de
una extraña temporada, quedando sin completar tantas palabras pronunciadas en su
particular lengua castellana. Se fue dejándonos esa alegría de vivir por y para
el fútbol, hecha la profesión de quien lo lleva muy adentro, esa que nos enseñó
y esa que tanto siento.
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