Aquí hay un trozo de ti, de mí, y de millones de personas que aman el FÚTBOL, el DEPORTE y la VIDA. Las pasiones y sus emociones no se eligen, se entrenan para jugar con ellas. Así es el fútbol, así es el deporte, una manera entender la vida, de entrenar el corazón, y de jugar con el mundo. Este es un pequeño rincón para hablar de todo ello. Porque al final, tú, siempre Juegas Como Entrenas.
lunes, 18 de septiembre de 2017
Navarro, el baloncesto español lo ha pasado “bomba”
Cuesta decir adiós. Mucho, siempre. Cuesta aún más despedirse de aquello que te ha hecho sentir feliz, privilegiado, pleno. De las personas, de la memoria, de la ilusión, del talento. Pero todo pasa, hasta las cosas buenas que ocurren en la vida y que quisiéramos retener para siempre en el presente; el tiempo no perdona a nadie y es menester dejar paso a otros. La selección española de baloncesto ha despedido en el Eurobasket 2017, con todo el honor y grandeza merecidos, a uno de sus baluartes históricos que más talento ha demostrado sobre la pista, un tirador infalible con un estilo genial y vistoso a la vez que efectivo y letal. La “bomba”, Juan Carlos Navarro. Como diría el genial y malogrado Andrés Montes, “un jugón, ¡raza blanca, tirador, ratatatatatatatatatataaaaaaa!”.
Y le ha despedido colgándose un merecidísimo y muy trabajado bronce en el europeo, después de una temporada y un preparatorio complicado por las lesiones y decisiones extradeportivas. Lo ha hecho con otra demostración de que el baloncesto es equipo, y que a equipo no nos gana nadie. Equipo es lo que ha sabido entender esta generación, la llamada de los “juniors de oro”, encabezada por Navarro desde hace más de 17 años. Mucho tiempo, en el que han construido un conjunto de éxitos históricos en forma de medallas, partidos memorables y campeonatos extraordinarios (mundiales, europeos, juegos olímpicos…).
Pero la generación de Navarro ha conseguido algo mucho más importante, un intangible que está al alcance de muy pocos: el de crear equipo, escuela y valores en todo un país en torno al baloncesto, en hacer surgir la emoción de un deporte maravilloso, en mantener la ilusión año tras año en un grupo que ha ido evolucionando y mejorando, capaz de ir adaptando en su estructura muy diversos jugadores, y de hacerse mejor y más fuerte cada vez, más madura, pero igual de ambiciosa. El intangible de forjar un camino, un ejemplo, una lección de comportamiento humilde y trabajo incansable, de espíritu de sacrificio y generosidad conjunta. “La familia”, esa selección de baloncesto increíble que ha sentado los pilares de cómo se debe trabajar en el seno de un deporte colectivo, que ha dejado un legado impagable para las próximas generaciones de jugadores, que han construido un respeto sólido y mutuo con la afición, los rivales, las competiciones, y la historia en general.
A finales de los 90 el baloncesto español no atravesaba su mejor época en España; pero la irrupción de esta generación de enormes jugadores comandados por Navarro (con todos los que han venido después), y el buen hacer de grandes entrenadores que tanto han contribuido al desarrollo del baloncesto español, consiguieron que cambiara algo fundamental: la mentalidad ganadora de España. Antes, salvo el fugaz episodio de las olimpiadas de Los Angeles 84 con la plata, la mentalidad española era de perdedor. Y esto es algo que han conseguido transformar estos talentos dentro y fuera de la pista.
Navarro y sus compañeros generacionales consiguieron demostrar a todo un país, y al mundo entero, que España sabía jugar muy bien al baloncesto, y sobre todo, que creía en sí misma, en ser una potencia ganadora y que siempre compitiera. Desde la fortaleza del grupo, con humildad, pero con unas ganas enormes de comerse al rival. La voracidad competitiva y la creencia firme de que sabemos hacer equipo sentaron las bases de una transformación brutal en la mente y en el corazón de España con la selección de baloncesto, lo que se ha plasmado en la pista de manera impresionante durante las últimas dos décadas. La selección, con Navarro a la cabeza, ha sentado cátedra, un modelo, una forma de entender y jugar. Así como Platón fundó la Academia en la antigua Grecia, los juniors de oro han sentado los pilares históricos del baloncesto moderno en España, y de unos valores que nunca se deben olvidar, pues nos han hecho llegar al éxito. Valoremos que hemos vivido una época irrepetible.
Juan Carlos Navarro ha sido uno de los principales artífices de esta transformación generacional. Un profesional enorme, un jugador que respira baloncesto allá donde va. Con unas dotes maravillosas para el deporte y unas cualidades extraordinarias para ser el soporte y capitán. El que se echa el equipo a las espaldas y lo levanta, con anotaciones tremendas, tiros imposibles y una fiabilidad al alcance de muy pocos. Juan Carlos es ese jugador en el que todos confiaban siempre, el líder que no se esconde, que asume su responsabilidad dentro y fuera de la pista. Muy discreto, sereno, y tremendamente inspirador. Humilde y generoso, compañero de todos. Supo aprender mucho, escuchó siempre a sus mentores, se aplicó en la cancha y mejoró con los años, como el buen vino. Supo después transmitir su conocimiento y su experiencia a todos los que han venido; haciendo y no diciendo. Demostrando y no charlando; manteniéndose siempre fiel a su estilo y a su forma de entender el baloncesto.
Siempre letal con su muñeca, ayer, hoy y siempre. Una muñeca y un movimiento veloces, muy difíciles de defender. Esa famosa jugada con tiro parabólico acentuado apodado “la bomba” que tantos puntos nos ha dado, tantas veces nos ha levantado del asiento, tanta gloria ha compartido con toda España. La “bomba” Navarro es el ejemplo del baloncesto español, el capitán que ha sabido transmitir los galones a cada uno de los jugadores del equipo, e impulsar el talento y la confianza de todos y cada uno de ellos. De todos nosotros. Navarro nos ha hecho creer con actitud y su coraje, porque nunca se ha rendido. Porque siempre ha entendido el equipo por encima de cualquier individualidad, como clave del éxito. Porque ha cuidado y mimado el baloncesto español como nadie, haciendo honor a su belleza, a sus valores y a su emoción. Respetando la competición, amando este deporte y haciéndolo más grande, más importante y más sonoro en nuestros corazones.
Cuesta mucho decirte adiós, Juan Carlos. Cuesta porque contigo hemos sido más fuertes, más felices. Hemos sido más baloncesto y más equipo, hemos sido un talento conjunto que ha aprendido a competir como nadie en todos los terrenos, allá donde va. Baloncesto y selección van de la mano, como también van Navarro y equipo, Juan Carlos y capitán, la bomba y canasta. Maravillosas décadas doradas que nos han enseñado que el baloncesto es paras quererlo y cuidarlo. Reguemos y mantengamos este legado de Juan Carlos Navarro, y de los próximos jugadores de esta generación que vayan siguiendo sus pasos, porque ellos nos enseñaron el camino de cómo se entiende y cómo se juega al baloncesto, cómo se construye, comparte y disfruta un equipo, y cómo se compite y se respeta un deporte tan extraordinario y emocionante como el baloncesto. Navarro, contigo el baloncesto español se lo ha pasado BOMBA. Hasta siempre Juan Carlos, y un solemne GRACIAS.
martes, 12 de septiembre de 2017
"¡VAMOS!": esencia de una pasión, reflejo de una mente feliz
Hoy en día se nos acaban los calificativos para comentar la trayectoria y los éxitos deportivos de Rafa Nadal, ese coloso del tenis que nos deja boquiabiertos con sus logros y hazañas, pero sobre todo por su discurso, su actitud y sus acciones. Podríamos resumir toda esa esencia, fuerza y optimismo que transmite, en su lema sobre la pista: “¡Vamos!”. Esta muletilla motivacional que surge de muy adentro, tiene un efecto exponencial, contagioso. Como una bola de nieve que se hace más grande, cada vez que la pronuncia con más intensidad. Cuando Rafa dice “¡Vamos!”,
está creciendo por dentro. Está rugiendo sobre sus cimientos y se está
reafirmando, ante su rival, ante el público y ante el mundo, pero sobre
todo consigo mismo. Y seguramente lo diga no sólo dentro de la pista,
sino fuera también.
Hoy, tras el US Open, Rafa lleva ya dieciséis Grand Slams ganados. Y muchos otros títulos, logros y récords estratosféricos, sólo a la altura de los más grandes de la historia. Sin embargo, no es eso lo que más me impresiona de Rafa. Lo que de verdad me impacta es sentir todo lo que transmite, con sólo verle jugar, concentrarse, hablar, entrenar, comunicar… dentro y fuera de la pista. Es un deportista y una persona que sabe muy bien quién es, y tiene los pies firmes en el suelo, por mucho que el mundo intente encumbrarle al cielo o defenestrarle en el infierno (cosa que le ha pasado muchas veces en su carrera).
Rafa conoce y es consciente de la sociedad en la que vive y lo que él aporta desde el mundo del tenis, desde su naturaleza de deportista. Y de la responsabilidad social que tiene y que decide ejercer. Por ello responde al modelo de líder moderno que necesita el mundo: joven, humilde, ejemplar, natural y auténtico. Con sentido común. Así, desprende siempre un halo de energía positiva, de aquel que conoce las raíces propias que le unen a su tierra, a su gente y a todo lo que ama. Y siempre con una actitud de gratitud hacia la vida y hacia todas las personas que le han ayudado, apoyado, animado.
Esto mismo es lo que veo reflejado cuando veo su trayectoria social: su academia, su centro deportivo, su fundación, su acción solidaria, sus patrocinios, su relación con los medios. Y por supuesto cuando observo a su equipo, a su familia. Serenos, concentrados, optimistas. Prudentes, discretos. En el mundo de la fama no es fácil ni habitual mantener una personalidad y un estilo de vida normal, ni una actitud de respeto y trato igualitario con cualquiera, pero Rafa y su entorno lo han conseguido, lo consiguen. Porque son personas normales, buena gente. Personas que se apoyan en personas, como medio mundo nos apoyamos día a día en ese “¡Vamos!” de Rafa, que nos impulsa fuerte.
A mi Rafa Nadal me sugiere una enorme admiración, y supone una guía de referencia. Ver a un deportista con tanta confianza y naturalidad, que habla de las situaciones y sus problemas profesionales con templanza y sin aspavientos, con un sentido de la responsabilidad y una lógica tan aplastantes, es de aplaudir. Eso me engancha, me fascina. Me ayuda tener ejemplos de este tipo en el panorama social y deportivo actual, cual faro que se mantiene firme en el mar. Rafa es uno de ellos, el número 1.
“¡Vamos!” en boca de Rafa se ha convertido en un lema fácilmente identificable con la perseverancia y la confianza en uno mismo, con el trabajo, sacrificio y con la certeza de que si no sale ahora, saldrá más adelante. Pero siempre adelante, siempre valiente, siempre luchando sin rendirse. Un lema que bien puede ser el adalid de la marca España, que Rafa representa como nadie. Porque ese “¡Vamos!” tiene que ver con su vida profesional y personal. Tiene que ver con las prioridades y las cosas realmente importantes en la vida.
“No me importa cuántos Grand Slams gane, tanto como ser feliz”, dice el fenómeno Nadal. Ahí reside el secreto. En ser feliz, en buscarlo. Él lo es y se nota, lo desprende intensamente con su presencia, su discurso y su actitud. Ha sufrido y ha llorado, ha peleado y ha perdido, como todos en la vida, pero ha creído siempre en sí mismo, en ser auténtico, en saber quién es y cuál es su entorno, en hacer las cosas bien, planificadas con cabeza y ejecutadas con el corazón. El talento entrenado con perseverancia, la mente educada en la importancia de lo que realmente es vital: la vida, las personas, el amor y el respeto, la fidelidad a uno mismo y a sus pasiones. La felicidad trabajada en la mente, vehiculizada con el deporte y consagrada con una actitud optimista en la vida, frente a uno mismo, frente al mundo.
Cuando veo a Rafa, mis sentidos y mi atención se centran plenamente en su ejemplo. Le veo y pienso “¡Vamos!”, adelante, arriba. Aprende, disfruta, vive. Juega, entrena duro, valora lo que tienes, ama lo que haces y pelea por lo que sueñas. Es una fuerza tal la que transmite Rafa, una seguridad en sí mismo, que no hay lugar para los miedos. Seguramente él también los tenga, como todos, pero se los come, los aplaca. Porque ser feliz es más importante que tener miedo. Porque vivir es más importante que sufrir. Porque sonreír es tan importante como comer y respirar. Porque el deporte es el alimento más sano para llenar el alma de coraje y de espíritu de superación, no solamente dentro de la pista sino fuera, al ver que existen deportistas de élite de la talla de este chaval, Rafa Nadal.
“¡Vamos!” es el sello de una pasión, de una actitud en la vida y de un modelo de liderazgo. Es la esencia de la marca España, y de toda una corriente de fuerza deportiva capaz de impulsar e impregnar todos los ámbitos de la vida. Es la ola imparable de motivación y esfuerzo, de humildad y confianza. Pero por encima de todo es el reflejo de una mente feliz, sana y equilibrada, que genera respeto y gratitud a partes iguales, y que disfruta de la vida no como un problema, sino como un regalo.
Gracias de nuevo Rafa Nadal, por gritar con todos nosotros, ¡VAMOS!
Hoy, tras el US Open, Rafa lleva ya dieciséis Grand Slams ganados. Y muchos otros títulos, logros y récords estratosféricos, sólo a la altura de los más grandes de la historia. Sin embargo, no es eso lo que más me impresiona de Rafa. Lo que de verdad me impacta es sentir todo lo que transmite, con sólo verle jugar, concentrarse, hablar, entrenar, comunicar… dentro y fuera de la pista. Es un deportista y una persona que sabe muy bien quién es, y tiene los pies firmes en el suelo, por mucho que el mundo intente encumbrarle al cielo o defenestrarle en el infierno (cosa que le ha pasado muchas veces en su carrera).
Rafa conoce y es consciente de la sociedad en la que vive y lo que él aporta desde el mundo del tenis, desde su naturaleza de deportista. Y de la responsabilidad social que tiene y que decide ejercer. Por ello responde al modelo de líder moderno que necesita el mundo: joven, humilde, ejemplar, natural y auténtico. Con sentido común. Así, desprende siempre un halo de energía positiva, de aquel que conoce las raíces propias que le unen a su tierra, a su gente y a todo lo que ama. Y siempre con una actitud de gratitud hacia la vida y hacia todas las personas que le han ayudado, apoyado, animado.
Esto mismo es lo que veo reflejado cuando veo su trayectoria social: su academia, su centro deportivo, su fundación, su acción solidaria, sus patrocinios, su relación con los medios. Y por supuesto cuando observo a su equipo, a su familia. Serenos, concentrados, optimistas. Prudentes, discretos. En el mundo de la fama no es fácil ni habitual mantener una personalidad y un estilo de vida normal, ni una actitud de respeto y trato igualitario con cualquiera, pero Rafa y su entorno lo han conseguido, lo consiguen. Porque son personas normales, buena gente. Personas que se apoyan en personas, como medio mundo nos apoyamos día a día en ese “¡Vamos!” de Rafa, que nos impulsa fuerte.
A mi Rafa Nadal me sugiere una enorme admiración, y supone una guía de referencia. Ver a un deportista con tanta confianza y naturalidad, que habla de las situaciones y sus problemas profesionales con templanza y sin aspavientos, con un sentido de la responsabilidad y una lógica tan aplastantes, es de aplaudir. Eso me engancha, me fascina. Me ayuda tener ejemplos de este tipo en el panorama social y deportivo actual, cual faro que se mantiene firme en el mar. Rafa es uno de ellos, el número 1.
“¡Vamos!” en boca de Rafa se ha convertido en un lema fácilmente identificable con la perseverancia y la confianza en uno mismo, con el trabajo, sacrificio y con la certeza de que si no sale ahora, saldrá más adelante. Pero siempre adelante, siempre valiente, siempre luchando sin rendirse. Un lema que bien puede ser el adalid de la marca España, que Rafa representa como nadie. Porque ese “¡Vamos!” tiene que ver con su vida profesional y personal. Tiene que ver con las prioridades y las cosas realmente importantes en la vida.
“No me importa cuántos Grand Slams gane, tanto como ser feliz”, dice el fenómeno Nadal. Ahí reside el secreto. En ser feliz, en buscarlo. Él lo es y se nota, lo desprende intensamente con su presencia, su discurso y su actitud. Ha sufrido y ha llorado, ha peleado y ha perdido, como todos en la vida, pero ha creído siempre en sí mismo, en ser auténtico, en saber quién es y cuál es su entorno, en hacer las cosas bien, planificadas con cabeza y ejecutadas con el corazón. El talento entrenado con perseverancia, la mente educada en la importancia de lo que realmente es vital: la vida, las personas, el amor y el respeto, la fidelidad a uno mismo y a sus pasiones. La felicidad trabajada en la mente, vehiculizada con el deporte y consagrada con una actitud optimista en la vida, frente a uno mismo, frente al mundo.
Cuando veo a Rafa, mis sentidos y mi atención se centran plenamente en su ejemplo. Le veo y pienso “¡Vamos!”, adelante, arriba. Aprende, disfruta, vive. Juega, entrena duro, valora lo que tienes, ama lo que haces y pelea por lo que sueñas. Es una fuerza tal la que transmite Rafa, una seguridad en sí mismo, que no hay lugar para los miedos. Seguramente él también los tenga, como todos, pero se los come, los aplaca. Porque ser feliz es más importante que tener miedo. Porque vivir es más importante que sufrir. Porque sonreír es tan importante como comer y respirar. Porque el deporte es el alimento más sano para llenar el alma de coraje y de espíritu de superación, no solamente dentro de la pista sino fuera, al ver que existen deportistas de élite de la talla de este chaval, Rafa Nadal.
“¡Vamos!” es el sello de una pasión, de una actitud en la vida y de un modelo de liderazgo. Es la esencia de la marca España, y de toda una corriente de fuerza deportiva capaz de impulsar e impregnar todos los ámbitos de la vida. Es la ola imparable de motivación y esfuerzo, de humildad y confianza. Pero por encima de todo es el reflejo de una mente feliz, sana y equilibrada, que genera respeto y gratitud a partes iguales, y que disfruta de la vida no como un problema, sino como un regalo.
Gracias de nuevo Rafa Nadal, por gritar con todos nosotros, ¡VAMOS!
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