Aquí hay un trozo de ti, de mí, y de millones de personas que aman el FÚTBOL, el DEPORTE y la VIDA. Las pasiones y sus emociones no se eligen, se entrenan para jugar con ellas. Así es el fútbol, así es el deporte, una manera entender la vida, de entrenar el corazón, y de jugar con el mundo. Este es un pequeño rincón para hablar de todo ello. Porque al final, tú, siempre Juegas Como Entrenas.
lunes, 31 de diciembre de 2018
Thanks 2018
Thanks 2018 for bringing this spirit. You made us grow stronger, fighting for a life, no matter what it comes. Wishing 2019 and onwards plenty of health, courage, love and sport #happinessisachoice #donttellmeyoucant #justlive #wearealive #passion #sport
sábado, 8 de diciembre de 2018
Pasión que encierra la gloria…y el infierno
Boca Juniors y River Plate han protagonizado en las últimas semanas
el pulso de la pasión en torno al fútbol. Una de lasrivalidades más
apasionadas del fútbol mundial, entre los dos principales equipos de
Buenos Aires, catalizada en un evento planetario, explosivo, único y
(quien sabe) si irrepetible: la final de la Copa Libertadores de
Sudamérica. Para que un europeo lo entienda, viene a ser (casi) como un
Real Madrid-Barcelona en la final de la Champions. De infarto.
Una final que se juega a doble partido, en la que no se permite la entrada de la afición rival en campo ajeno como prevención de males mayores. Esto ya es un aviso a navegantes de cómo se las gastan allí las aficiones. El partido de ida en “La Bombonera”, la casa de Boca, se saldó con un interesantísimo empate a 2 goles. ¿Y el partido de vuelta? Debía jugarse el sábado 24 de noviembre en el Monumental de Buenos Aires, la casa de River. No pudo disputarse, ni el sábado ni el domingo. Tampoco se va a poder disputar en Buenos Aires, ni en Argentina ni en el continente americano. El partido vuela para disputarse en el Santiago Bernabéu, en Madrid. Algo insólito y extraño, pero que le añade a este evento ya de por sí único y especial, un toque más de “histórico”. Por el partido, el momento, la competición, por el lugar. Pero también por el trasfondo que esconde.
El partido no se pudo jugar donde y cuando estaba previsto inicialmente por los incidentes violentos que hubo en las inmediaciones del estadio, y los problemas de seguridad y acceso que se dieron en las gradas. Se tuvo que suspender en el Monumental. El fútbol es, tristemente, un vehículo en el que consiguen infiltrarse grupos radicales, violentos y mafias de todo tipo. Es la suerte y la desgracia de que el deporte rey sea un altavoz tan potente y mediático, que algunos le dan un mal uso y se aprovechan de ello para dinamitar y generar miedo desde dentro del propio espectáculo. Esto en Latinoamérica se vive mucho más claramente, donde la extorsión, las amenazas, la infiltración y posición de dominancia de las mafias controlan e influyen en el tempo de la pasión futbolera. Y hacen mucho más difícil poder vivir, disfrutar y formar parte activa y tranquila de la hinchada civil, de la afición corriente que nada tiene que ver con el fuego cruzado que se ha instaurado en las cloacas del juego.
La pasión con la que se vive el fútbol en Argentina es tan intensa en
su fervor como desmesurada en sus conflictos. La pasión que arrastra el
puro juego, en la cancha, sobre el piso. En el césped, con el balón,
los colores son puro corazón. Una manera diferente y única que tienen
los argentinos de apoyar devotamente a sus colores, de ir a animar pase
lo que pase con el resultado. Una pasión que les lleva a disfrutar y a
vivir la gloria cual éxtasis, como pocos aficionados pueden presumir.
Pero también, irreversiblemente, cuanta más pasión, intensidad de la
hinchada y afluencia hay entorno a un equipo/ competición, mayor es allí
el caldo de cultivo para las mafias: mayor es la crispación, la
violencia, la extorsión. Y mayor es el infierno cuando colisionan
hinchadas rivales con la excusa del fútbol, pues su enfrentamiento tiene
más que ver con el odio, la lucha de poder entre clanes o familias, el
control de los barrios, el dinero, las drogas o los ajustes de cuentas.
Una lacra difícil de erradicar, un reflejo social que proyecta las
miserias de las desigualdades.
Así las cosas, las medidas de seguridad se han extremado para el partido de vuelta. Se ha cambiado de continente, se vigila y supervisa la gestión de entradas, los viajes de los hinchas, así como la seguridad perimetral en los accesos al Bernabéu. Tenemos el privilegio de vivir una final de la Libertadores transoceánica, que se juega aquí pero allí, cuyo calor y pasión viene de lejos pero se contagia a todos.
Ojalá sea pacífico, ojalá la normalidad reine antes, durante y
después. Ojalá no haya que lamentar violencia, heridos, incidentes o
problemas de salud y seguridad que empañen este gran espectáculo. Ojalá
sea sólo fútbol, todo fútbol, todo pasión en el verde de Chamartín.
Ojalá el balón sea el mayor protagonista, ojalá los jugadores ayuden a
transmitirlo a las aficiones. Ojalá que éstas vibren por sus colores
como nunca, pero respetando a su contrario. Ojalá los niños puedan
llevarse un ejemplo de convivencia sin precedentes. Ojalá cree
jurisprudencia y pase a la historia como el derbi argentino más
especial, más apasionado, más curioso y distante pero cercano y
planetario, más amable y más bonito, más futbolero y más emocionante.
Ojalá sea la fiesta más entrañable de la copa Libertadores, ojalá marque
un antes y un después en el fútbol. Ojalá sirva para aprender y mejorar
a los estamentos del fútbol. Ojalá limpie el veneno que trae
internamente, ojalá sea un nuevo resurgir y que, sobre todo, sea un
partido de fútbol y de paz. Es más necesario que nunca.
Una final que se juega a doble partido, en la que no se permite la entrada de la afición rival en campo ajeno como prevención de males mayores. Esto ya es un aviso a navegantes de cómo se las gastan allí las aficiones. El partido de ida en “La Bombonera”, la casa de Boca, se saldó con un interesantísimo empate a 2 goles. ¿Y el partido de vuelta? Debía jugarse el sábado 24 de noviembre en el Monumental de Buenos Aires, la casa de River. No pudo disputarse, ni el sábado ni el domingo. Tampoco se va a poder disputar en Buenos Aires, ni en Argentina ni en el continente americano. El partido vuela para disputarse en el Santiago Bernabéu, en Madrid. Algo insólito y extraño, pero que le añade a este evento ya de por sí único y especial, un toque más de “histórico”. Por el partido, el momento, la competición, por el lugar. Pero también por el trasfondo que esconde.
El partido no se pudo jugar donde y cuando estaba previsto inicialmente por los incidentes violentos que hubo en las inmediaciones del estadio, y los problemas de seguridad y acceso que se dieron en las gradas. Se tuvo que suspender en el Monumental. El fútbol es, tristemente, un vehículo en el que consiguen infiltrarse grupos radicales, violentos y mafias de todo tipo. Es la suerte y la desgracia de que el deporte rey sea un altavoz tan potente y mediático, que algunos le dan un mal uso y se aprovechan de ello para dinamitar y generar miedo desde dentro del propio espectáculo. Esto en Latinoamérica se vive mucho más claramente, donde la extorsión, las amenazas, la infiltración y posición de dominancia de las mafias controlan e influyen en el tempo de la pasión futbolera. Y hacen mucho más difícil poder vivir, disfrutar y formar parte activa y tranquila de la hinchada civil, de la afición corriente que nada tiene que ver con el fuego cruzado que se ha instaurado en las cloacas del juego.
Así las cosas, las medidas de seguridad se han extremado para el partido de vuelta. Se ha cambiado de continente, se vigila y supervisa la gestión de entradas, los viajes de los hinchas, así como la seguridad perimetral en los accesos al Bernabéu. Tenemos el privilegio de vivir una final de la Libertadores transoceánica, que se juega aquí pero allí, cuyo calor y pasión viene de lejos pero se contagia a todos.
Etiquetas:
#bernabeu,
#bocajuniors,
#conmebol,
#copalibertadores,
#final,
#football,
#futbol,
#futbolargentino,
#futbolenpaz,
#historico,
#noalaviolencia,
#passion,
#riverboca,
#riverplate,
#sport,
#superclasicoenpaz
martes, 6 de noviembre de 2018
El efecto running: correr con sentido
El fenómeno social del running lleva ya unos años arrasando
como opción que muchos eligen para hacer un deporte sano, accesible y
gratificante para todo tipo de colectivos, edades y estados físicos.
Correr es la actividad deportiva más primaria y básica que el hombre ha
practicado desde sus orígenes: por necesidad de supervivencia
inicialmente, y posteriormente con la evolución moderna, por placer,
superación y bienestar. Por unas cosas o por otras, la gente disfruta
sintiéndose un atleta que supera sus propias barreras, compitiendo
contra el tiempo o contra los elementos.
Correr ejemplifica la sensación de libertad que el ser humano ha buscado siempre. Correr detrás de algo o de alguien, sólo o acompañado, en cualquier entorno, bajo cualquier condición ambiental. Con mejores o peores prendas y accesorios deportivos, adaptable a cada cual. Puede ser un fin en sí mismo, o un medio para conseguir otros objetivos, pero su sencillez radica en la naturalidad de arrancar y seguir, sin más. Correr engancha, genera una adicción hormonal positiva en nuestro cuerpo. Es cierto que requiere fuerza de voluntad, disciplina y compromiso, sobre todo al principio, como cualquier nueva rutina. Pero quienes lo prueban, repiten y buscan nuevas oportunidades para retarse a sí mismos, para descubrir hasta dónde pueden llegar.
El running, como se conoce hoy en día el hecho de salir a correr, tiene una dimensión muy potente, más comprometida socialmente, con un impacto personal y motivador como nunca hemos visto. No hay más que observar el número creciente de carreras y pruebas populares tanto urbanas como campo a través que existen (maratones, media distancia, cross, etc.). Ciudades y poblaciones que se paralizan por eventos en los que miles de corredores acuden a la llamada de sus piernas, de su corazón. Manadas heterogéneas que pueblan las calles o los campos durante unas horas y actúan como altavoz de reclamo solidario, de compromiso social y evolutivo.
Sirva de ejemplo el reciente maratón de Nueva York, donde se ha batido el récord mundial de participación en una prueba de este tipo (más de 52.000 personas terminaron la carrera), con el consiguiente esfuerzo y dedicación logística y urbana que ello conlleva para los organizadores, patrocinadores, ayuntamientos/gobiernos y estamentos del orden público. Es un reflejo del efecto contagio que esta participación en grupo está generando alrededor del mundo. En España, donde el clima que tenemos en la mayoría del país es envidiable para correr, y las condiciones y recorridos geográficos son óptimos para el running, también estamos sabiendo explotar esta riqueza deportiva y social a través de carreras por todo el país, con motivos variados y enriquecedores: solidarios, infantiles, concienciación, salud, igualdad, derechos sociales, vida saludable, etc.
Las carreras organizadas incluyen una mezcla de motivaciones muy poderosas, llamadas a generar cambios y comportamientos sociales de apoyo. Hoy corremos por causas solidarias, por organizaciones benéficas, por víctimas de diversas tragedias personales, ambientales, sanitarias o humanitarias. Nos hacemos más fuertes y vamos juntos a correr por un motivo compartido. Viralizamos nuestro espíritu de superación para apoyar como podemos a algo que nos toca, a través de una actividad que nos hace sentir bien. Es un efecto win-to-win, en el que la gente sale a disfrutar a la calle para hacer deporte y su beneficio redunda no sólo físicamente y emocionalmente en los corredores, sino económicamente y moralmente en los más desfavorecidos y necesitados.
Correr es un efecto de respeto y pluralidad, un elemento de cohesión social que nos está uniendo mucho más que nunca en los últimos años. Y debe seguir en auge, potenciándose su práctica para hacer más sostenibles nuestras piernas y corazones, nuestra salud mental y emocional, nuestra educación social y formación de los más jóvenes, nuestra lucha contra la exclusión social, las sustancias nocivas y los malos hábitos de consumo y alimentarios, incluso nuestra manera de relacionarnos, de generar movilidad sostenible y de proteger nuestro ecosistema natural.
Corremos deprisa y despacio, cada uno a su ritmo. Andar rápido y hacer marcha también valen, y mucho. Del uso de nuestras piernas para desplazarnos también nos beneficiamos todos a la hora de disminuir la contaminación del planeta, contribuyendo en la medida en que aumenta esta práctica en la población (junto con las ayudas y mejoras en infraestructuras, y de conciliación laboral), el facilitar desplazamientos cortos andando o corriendo al trabajo, o hacia los lugares donde nos dirigimos.
Todos tenemos un atleta dentro, un ferviente practicante del atletismo y sus carreras, del running. Cada vez hay más gente que siente esa llamada y lo saca a relucir, y corre, corren, corremos. Corremos para coger el autobús, para que no nos cierren la tienda, para llegar a tiempo. Corremos al parque, al médico, al trabajo o al colegio. Corremos los lunes y también los domingos. Corremos para estar en forma, para adelgazar, para sentirnos mejor, para ayudar a otros, para llegar más lejos o para explorar los límites. Corremos para evitar malos vicios, para reengancharnos a la vida, para cambiar de rumbo y encontrar nuevas experiencias. Corremos con sentido y por un motivo, o corremos para buscarlo y encontrarlo en nosotros mismos y en nuestro esfuerzo. Corremos por sentimiento de pertenencia, por relación social, por vínculo con nuestra comunidad, pueblo o país. Sea como sea, corremos por nosotros, por el de al lado, por el primero y el último, por los que no pueden hacerlo o por los que ya no están. Corremos por diversión, por amor, por salud y por emoción, por compromiso, por responsabilidad y porque sí. Corremos porque la naturaleza nos enseñó a hacerlo, porque mientras sigamos corriendo siempre tendremos algún sueño que perseguir, alguna meta que lograr, o simplemente disfrutar de la alegría de sentirnos vivos.
Correr ejemplifica la sensación de libertad que el ser humano ha buscado siempre. Correr detrás de algo o de alguien, sólo o acompañado, en cualquier entorno, bajo cualquier condición ambiental. Con mejores o peores prendas y accesorios deportivos, adaptable a cada cual. Puede ser un fin en sí mismo, o un medio para conseguir otros objetivos, pero su sencillez radica en la naturalidad de arrancar y seguir, sin más. Correr engancha, genera una adicción hormonal positiva en nuestro cuerpo. Es cierto que requiere fuerza de voluntad, disciplina y compromiso, sobre todo al principio, como cualquier nueva rutina. Pero quienes lo prueban, repiten y buscan nuevas oportunidades para retarse a sí mismos, para descubrir hasta dónde pueden llegar.
El running, como se conoce hoy en día el hecho de salir a correr, tiene una dimensión muy potente, más comprometida socialmente, con un impacto personal y motivador como nunca hemos visto. No hay más que observar el número creciente de carreras y pruebas populares tanto urbanas como campo a través que existen (maratones, media distancia, cross, etc.). Ciudades y poblaciones que se paralizan por eventos en los que miles de corredores acuden a la llamada de sus piernas, de su corazón. Manadas heterogéneas que pueblan las calles o los campos durante unas horas y actúan como altavoz de reclamo solidario, de compromiso social y evolutivo.
Sirva de ejemplo el reciente maratón de Nueva York, donde se ha batido el récord mundial de participación en una prueba de este tipo (más de 52.000 personas terminaron la carrera), con el consiguiente esfuerzo y dedicación logística y urbana que ello conlleva para los organizadores, patrocinadores, ayuntamientos/gobiernos y estamentos del orden público. Es un reflejo del efecto contagio que esta participación en grupo está generando alrededor del mundo. En España, donde el clima que tenemos en la mayoría del país es envidiable para correr, y las condiciones y recorridos geográficos son óptimos para el running, también estamos sabiendo explotar esta riqueza deportiva y social a través de carreras por todo el país, con motivos variados y enriquecedores: solidarios, infantiles, concienciación, salud, igualdad, derechos sociales, vida saludable, etc.
Las carreras organizadas incluyen una mezcla de motivaciones muy poderosas, llamadas a generar cambios y comportamientos sociales de apoyo. Hoy corremos por causas solidarias, por organizaciones benéficas, por víctimas de diversas tragedias personales, ambientales, sanitarias o humanitarias. Nos hacemos más fuertes y vamos juntos a correr por un motivo compartido. Viralizamos nuestro espíritu de superación para apoyar como podemos a algo que nos toca, a través de una actividad que nos hace sentir bien. Es un efecto win-to-win, en el que la gente sale a disfrutar a la calle para hacer deporte y su beneficio redunda no sólo físicamente y emocionalmente en los corredores, sino económicamente y moralmente en los más desfavorecidos y necesitados.
Correr es un efecto de respeto y pluralidad, un elemento de cohesión social que nos está uniendo mucho más que nunca en los últimos años. Y debe seguir en auge, potenciándose su práctica para hacer más sostenibles nuestras piernas y corazones, nuestra salud mental y emocional, nuestra educación social y formación de los más jóvenes, nuestra lucha contra la exclusión social, las sustancias nocivas y los malos hábitos de consumo y alimentarios, incluso nuestra manera de relacionarnos, de generar movilidad sostenible y de proteger nuestro ecosistema natural.
Corremos deprisa y despacio, cada uno a su ritmo. Andar rápido y hacer marcha también valen, y mucho. Del uso de nuestras piernas para desplazarnos también nos beneficiamos todos a la hora de disminuir la contaminación del planeta, contribuyendo en la medida en que aumenta esta práctica en la población (junto con las ayudas y mejoras en infraestructuras, y de conciliación laboral), el facilitar desplazamientos cortos andando o corriendo al trabajo, o hacia los lugares donde nos dirigimos.
Todos tenemos un atleta dentro, un ferviente practicante del atletismo y sus carreras, del running. Cada vez hay más gente que siente esa llamada y lo saca a relucir, y corre, corren, corremos. Corremos para coger el autobús, para que no nos cierren la tienda, para llegar a tiempo. Corremos al parque, al médico, al trabajo o al colegio. Corremos los lunes y también los domingos. Corremos para estar en forma, para adelgazar, para sentirnos mejor, para ayudar a otros, para llegar más lejos o para explorar los límites. Corremos para evitar malos vicios, para reengancharnos a la vida, para cambiar de rumbo y encontrar nuevas experiencias. Corremos con sentido y por un motivo, o corremos para buscarlo y encontrarlo en nosotros mismos y en nuestro esfuerzo. Corremos por sentimiento de pertenencia, por relación social, por vínculo con nuestra comunidad, pueblo o país. Sea como sea, corremos por nosotros, por el de al lado, por el primero y el último, por los que no pueden hacerlo o por los que ya no están. Corremos por diversión, por amor, por salud y por emoción, por compromiso, por responsabilidad y porque sí. Corremos porque la naturaleza nos enseñó a hacerlo, porque mientras sigamos corriendo siempre tendremos algún sueño que perseguir, alguna meta que lograr, o simplemente disfrutar de la alegría de sentirnos vivos.
#running #nolimits #wintowin #correr
#correresparatodos #correrconsentido #corremosjuntos #carreraspopulares #valores
#solidaridad #compromiso #motivacion #superacion #sostenibilidad #libertad #vidasaludable
#deporte #atletismo #passion #sport
Etiquetas:
#atletismo,
#carreraspopulares,
#compromiso,
#corremosjuntos,
#correr,
#motivacion,
#nolimits,
#passion,
#running,
#solidaridad,
#sostenibilidad,
#sport,
#superacion,
#vidasaludable,
#wintowin
martes, 9 de octubre de 2018
El arcoíris de la plenitud ciclista: Alejandro Valverde
Alejandro Valverde está viviendo una segunda juventud sobre la bicicleta. El
murciano es, a sus 38 años, un ciclista incombustible, referencia del pelotón
mundial, y uno de los grandes de la historia
de nuestro ciclismo español. Su carrera profesional es todo un
ejemplo para las nuevas generaciones. Su espíritu y su manera de correr,
también. 17 temporadas hasta la fecha como ciclista profesional avalan una
carrera extraordinaria, sembrada de lucha, entrenamiento duro y grandes recompensas
a modo de victorias. De enormes emociones individuales y
colectivas, así como de gran sacrificio y entrega. También de superación de
obstáculos y momentos muy difíciles en su carrera, de decepciones, sanciones
injustas y lesiones dolorosas. Pero de todo ello ha vuelto siempre más fuerte,
con un ánimo renovado y unas tremendas ganas de competir.
Valverde es
el corredor total, honra ejemplar
del ciclismo. Gregario y líder. Rodador y finalizador.
Sprinter, clasicómano y de grandes vueltas. Ciclista para fugas, para
emboscadas de equipo en forma de abanicos y etapas trampa, para la media
montaña y los finales explosivos. Un auténtico todoterreno sobre la bici, un
corredor polivalente y adaptable a casi todos los escenarios, algo de lo que
muy pocos pueden presumir. No obstante, es el ciclista con más medallas conseguidas en la historia de los
mundiales en ruta. También es de los pocos que ha conseguido
victorias de etapa en las
tres grandes vueltas, y que se ha subido al pódium final de las tres
(habiendo ganado una de ellas, la Vuelta), además de haber ganado diferentes
clásicas y carreras variopintas del calendario internacional.
Alejandro es
un ciclista que se conoce muy bien a sí mismo, lo cual le aporta una ventaja
competitiva inestimable. Es lo que te da tantos años de profesión y el
aprendizaje sobre la carretera. La experiencia es un grado, y en el caso de
Valverde, está sabiendo aprovecharla de manera fenomenal en su beneficio. Como
el buen vino, Valverde
mejora con los años, y corre con la cabeza y el corazón más que con las piernas,
lo cual en los últimos años le está dando unos resultados excelentes. Por
supuesto, sigue estando en un estado de forma increíble gracias a su trabajo
diario y a cuidarse mucho, pues esto es absolutamente necesario para seguir en
la élite. Pero tiene un plus de energía renovado, una sonrisa sobre la
bicicleta y el mono de trabajo, un brillo en los ojos que es diferente al de
los demás. Es la ilusión por
seguir compitiendo como un chaval en su primer día, pero con la
cabeza en su sitio y el cuerpo libre, alegre, sin miedos. El suyo es un momento
de dulce veteranía,
de disfrutar plenamente de su carrera de deportista de élite.
Valverde es
el ejemplo de “crack”.
Sencillo, educado y respetuoso dentro y fuera del pelotón. Siempre dispuesto
para atender a la prensa, a los fans, aun cuando esté exhausto. Consciente de
la importancia de defender el ciclismo y de ayudar a hacerlo sostenible con su
imagen, su tiempo, y su forma de correr. A hacerlo crecer gracias a su trabajo
con los patrocinadores, para los que es un icono fundamental. Comparte su
sabiduría con todo su equipo, sus auxiliares y ayudantes, sus directores, sus
jóvenes compañeros. Humilde y
solidario en carrera, eterno aprendiz de los errores, ha ido
perfeccionando la estrategia de sus piernas sobre la bici, la eficiencia de su
pedaleo en la carretera. Su potencia siempre dispuesta, su tesón en las piernas
y sus feroces finales de etapa le hicieron ganarse el apodo de “el bala”. Muy
descriptivo y fiel a su forma de correr.
“El bala”
analiza, apunta y dispara. Mide su distancia, marca a sus rivales, prepara su
ataque y lanza sus piernas. Explota la potencia de su sprint. La cantidad de
kilómetros en su cuerpo no le pesan, al contrario. Más bien le dan una sabiduría y una templanza básicas para saber
dominar y gestionar los momentos clave de las carreras. Le dan
alas y fortaleza mental para decidir mejor en cada etapa. Y lo más importante,
le dan el poso y el saber estar, le liberan de la presión del novato y le
permiten saborear su profesión con la sonrisa del que sabe que ya lo ha hecho todo, y lo que venga
es un regalo que aprecia intensamente.
Y esta
estampa fue la que se reflejó hace unos días en Innsbruck, cuando voló sobre la
bicicleta, en el mundial en
ruta 2018, donde dejó una lección magistral de ciclismo, de
patrón del pelotón, de hacerse respetar, de ir hacia adelante a por su sueño,
de dominar de principio a fin, de luchar, sudar y gritar hasta el final, hacia
el oro que brillantemente consiguió al sprint por delante de grandes figuras
mundiales.
No sabemos
cuánto le queda por delante. Ni siquiera él mismo se pone límites o techo a su
carrera ciclista. Está en su plenitud y sólo piensa en disfrutar de esa
libertad a la hora de correr. De pedalear, de brillar sobre la carretera hoy,
sin pensar en la etapa de mañana o en la siguiente carrera. Alejandro está
viviendo una merecida
edad dorada sobre las dos ruedas y nos está haciendo disfrutar
con ello. Se hace más grande con el tiempo, más fuerte, más sereno y más feliz.
Su carrera ya es enorme y su nombre una leyenda del ciclismo en el mundo, en
España y en su tierra, Murcia. Rematado además con un broche de oro en forma de
maillot de campeón mundial que se ha ganado
el derecho de lucir a lo largo del año que viene. El mejor
ciclista del mundo en ruta es hoy Alejandro Valverde, un deportista con un
enorme pasado y un delicioso futuro, pero sobre todo presente. Un inmenso corredor que está en el arcoíris de
la plenitud ciclista.
lunes, 1 de octubre de 2018
Compartir el sueño, el mayor éxito: FIBA WWC Tenerife 2018
La selección española de baloncesto femenino ha conseguido una extraordinaria medalla de bronce en el campeonato del mundo de Tenerife 2018.
Es, más que nunca, fruto de un trabajo y sacrificio descomunal de todo
un equipo. Detrás hay horas interminables de preparación, de análisis y
planificación, de trabajo físico pero también mental. Hay
jugadoras que han llegado muy mermadas físicamente, con poco rodaje o
recuperándose en tiempo récord de lesiones. Muchas han jugado con dolor,
con molestias o con limitaciones que a contrarreloj se han ido tratando
de solventar durante esta larga preparación de más de tres meses, para
llegar como fuera a cada partido de esta intensa semana de mundial. El
espíritu incansable de este equipo no sólo se ve dentro de la cancha,
también fuera. Han hecho lo imposible para estar ahí arriba, compitiendo
a pesar de todos los obstáculos. La capacidad de superación ha sido
posible gracias a su mentalidad, a su fuerza de equipo.
Unas a otras se contagian de ganas, de ambición, de lucha. Y de
baloncesto, de su juego colectivo y de su identidad propia, el estímulo
que las ha hecho grandes de nuevo.
Este equipazo lleva más de dos décadas estando en casi todas las fases finales de los grandes campeonatos femeninos, que ya es un mérito tremendo. Y además, en todos ellos compitiendo al máximo nivel. Lleva sin bajarse del pódium desde 2013, consiguiendo seis medallas en otros tantos años (dos oros y un bronce europeos, una plata y un bronce mundial, y una plata olímpica). Números impresionantes para una selección que está entre las mejores del mundo año tras año. Llegar es difícil, pero mantenerse en la élite es extremadamente exigente y complicado. Y sostener el nivel transgeneracional es un reto que se mantiene a base de compartir la ilusión, la entrega y saber transmitir los valores del equipo de unas a otras. Hay que quitarse el sombrero, aplaudir y agradecer sin parar, y pellizcarse para disfrutar de esta época histórica que estamos viviendo, un ciclo que parece siempre tiene relevo.
Las jugadoras son la cara más visible, el rostro de la superación común, pero detrás de ellas y su éxito hay todo un plantel que consigue hacer que esto sea “La Familia”. El cuerpo técnico con Lucas Mondelo a la cabeza, los preparadores, analistas, auxiliares y personal de apoyo. El equipo de coordinación, gestión y ejecución de la Federación Española de Baloncesto. Todos ellos llevan años trabajando y sembrando el futuro desde una idiosincrasia familiar y de confianza en el grupo. Especialmente en los últimos años, el baloncesto español ha proyectado un modelo de trabajo basado en el talento natural, la confianza, la solidaridad y la resiliencia común entre sus miembros. Una comunidad inclusiva, que actúa con los vínculos propios de una familia, y que otorga a todas las categorías de la selección española el equilibrio, la cercanía y la sencillez desde la que se comen el mundo.
Por eso en este mundial, el sueño de nuestras chicas ha sido compartido con todos. Porque la fuerza del equipo estaba más presente que nunca, porque compartir objetivos siempre llama a la unión y contagia el entusiasmo de manera mucho más viral. Las jugadoras han sentido en la cancha el calor y el empuje de una afición volcada, la de Tenerife, que era la de un país entero, y que les ha llevado en volandas a creer que podían conseguirlo cuando más difícil se ponían las cosas. Porque soñar sin límites es más fácil cuando las metas son comunes.
Cuando “La Familia” acoge en su sueño a todos los aficionados, a toda la comunidad global del baloncesto, consigue no sólo que toda España se vuelque con su equipo, sino que el mundo entero se haga eco de ese entusiasmo, participe en hacerlo más grande y lleve sus ojos hacia un evento extraordinario, reconociéndolo como el mejor mundial femenino de baloncesto de la historia. Por inversión, impacto económico, apoyo institucional, asistencia y difusión, los números así lo dicen: cerca de 7 millones de euros de presupuesto (con un retorno estimado de 30 millones), más de 400 medios internacionales acreditados, 240 horas de retransmisión de baloncesto en 145 países con derechos televisivos, 215 personas en la organización, 45 empresas colaboradoras locales, más de 300 voluntarios, y más de 7 hoteles con casi 9.000 pernoctaciones. En las canchas, 16 selecciones agrupadas en 2 sedes, 40 partidos en 9 días. En las gradas, más del 96% de las entradas vendidas y una asistencia superior al 90%. Las audiencias en Teledeporte cercanas a los 300.000 espectadores de media en los partidos de España, con picos de 500.000, son muy similares a las de los últimos partidos de la selección masculina. El apoyo incuestionable de la comunidad global del baloncesto, FIBA, instituciones, patrocinadores y sponsors al evento organizado por la FEB ha batido todos los récords en la historia de esta competición.
El éxito de Tenerife, de España y de la Federación Española en este mundial ha superado con creces todos los objetivos. España como equipo y selección de talento. Como país productor de deporte de alta competición. Como garante de gran organizador de eventos deportivos. Como marca país, en la élite competitiva y en valores. Como generador de baloncesto a todos los niveles, que cuida e impulsa los límites de su deporte hasta cotas insospechadas.
La Federación Española de Baloncesto tenía un doble reto: organizar un excelente mundial acorde a las expectativas FIBA, y conseguir que la selección española brillara en él. Ambos objetivos se han realimentado el uno al otro, multiplicándose exponencialmente en lugar de simplemente sumarse. Toda la ilusión, pasión y entusiasmo que se ha enfocado en nuestra selección, ha traspasado como un tsunami los límites de la misma y ha llegado a todas las selecciones que participaban, a todos sus aficionados, a todos los medios, a todos los patrocinadores y participantes de todos los rincones de la isla de Tenerife, de España y del mundo entero. Contagio global de una pasión nacional: nuestra forma de transmitir, vivir y organizar el baloncesto ha impresionado a todo el planeta, y ha conseguido que el evento haya tenido un éxito mucho mayor de lo esperado.
España se ha llevado el bronce dentro de la pista, pero fuera de ella, el oro es para el baloncesto femenino mundial, abanderado en este caso por nuestro país y nuestra Federación de Baloncesto. Extendiendo el sueño a todos, mostrando el espíritu de equipo a través del evento. Haciendo partícipe al mundo entero de los valores del baloncesto a través de nuestra forma de entenderlo y de trabajarlo: unidad, esfuerzo, sacrificio y pasión en cada día. Y todo ello desde la humildad, la cercanía y la sencillez. España era el lugar idóneo donde celebrar este mundial, para dar el siguiente paso en el baloncesto global, y Tenerife ha respondido con creces a las expectativas de todos. Canchas llenas, aforo rebosante de color y calor, pasión y emoción, espectáculo en las gradas, viviendo a tope cada canasta y cada jugada. Un mundial vistoso, abierto a todos, una fiesta con la que celebrar un gran progreso: el del respeto al deporte, al baloncesto y a sus valores, a la mujer como esencia impulsora e igualitaria, a los jóvenes y al futuro, a la inclusión social de los más desfavorecidos a través del deporte.
Este evento ha conseguido trasladar “Un Sueño Compartido” más allá del tiempo y del espacio, de la edad y de las fronteras. El mundial ha hecho posible aumentar la exposición y el seguimiento del baloncesto femenino, mejorando la competición y reduciendo la brecha mediática con el baloncesto masculino. Se trata con ello de continuar impactando positivamente en la juventud, de hacer más plural este deporte, de fomentar su práctica, de promocionar el incremento de licencias femeninas para impulsar más que nunca la igualdad a través del mismo. La mujer en el deporte lleva un ascenso imparable y el baloncesto es a la vez un extraordinario vehículo y termómetro para ello.
Este maravilloso mundial no acabó ayer, sino que continúa con una importante tarea de promoción y más de 50 actividades específicas en los próximos meses, en lo que debe ser un gran legado para el futuro del deporte femenino. Hay que seguir creando valores y emoción para construir el baloncesto del mañana, para fortalecer el papel de la mujer como referencia del mismo, y para trascender más allá de las canchas. El “Sueño Compartido” de España en este mundial, su energía y dedicación sin precedentes, quedará para siempre grabado con letras de oro en la historia del baloncesto como un hito fundamental en su evolución. El mundo entero se ha hecho partícipe de nuestro sueño compartido, impulsando así un mundial de baloncesto femenino espectacular, único y de dimensiones que trascienden hacia el futuro en todo el planeta. Enhorabuena a todos y muchas gracias por este gran evento.
miércoles, 5 de septiembre de 2018
El Tour lleva la fama, pero la Vuelta carda la lana
Cómo mola la Vuelta ciclista a España. Es una carrera intrépida y divertida donde siempre están pasando cosas interesantes en las distintas pugnas abiertas, por las etapas, por la general, por los diferentes maillots y premios en juego. Es mucho más dinámica que el Tour de Francia. Es una carrera que se ha sabido adaptar a los tiempos modernos mucho mejor que su homóloga francesa. Ha sabido evolucionar al mismo ritmo que el ciclismo, cambiando a mejor, encontrando su sitio, dándole al público lo que demanda. Ante la abúlica propuesta del Tour, cada vez más gris y encajonado entre las directrices planas de un ciclismo lineal, la frescura de la Vuelta nos recuerda el chispazo de los pedales, el deleite de los demarrajes en carrera, y nos brinda un dinamismo extraordinario cada año.
El Tour, “La Grande Boucle” francesa, la gran carrera ciclista por excelencia en el panorama mundial, tiene el cartel, la historia y la fama de ser la mejor, de ser la aspiración máxima de cualquier ciclista. Pero se ha convertido en un foco tan agobiante y previsor que anula cualquier opción de sorpresa, de que el guión no sea el establecido. Sólo pueden pasar ciertas cosas, en determinados momentos. Todo se mide, se prepara, se dirige demasiado. Apenas hay ataques, emboscadas o estrategias improvisadas, apenas hay espacio para el ciclismo puro. El Tour tiene el espectáculo demasiado medido, exageradamente dosificado en pequeñas muestras. Las etapas son mucho más previsibles y rancias, mucho más gobernadas por grandes escuadrones (últimamente el patrón Sky), que no permiten margen a movimientos espontáneos, a sorpresas demasiado tempranas o muy tardías.
Parte de esa monotonía se debe también al recorrido, a la organización. El Tour se ha convertido en un ente tan mediático como insulso, tan influyente como aburrido. Nada en la abundancia de posibilidades, perfiles, puertos, localizaciones, pero no explota el tempo de su producto, no exprime ni reinventa sus recorridos, ni plantea nuevas formas de explorar el ciclismo. No da opción a que ocurran cosas diferentes en momentos distintos a los esperados, no hay etapas trampa antes de lo previsto, no hay posibilidad de ver más que un estilo de ciclismo único de bloque, dominado por la tensión y el miedo a salirse del guión, a respetar con excesivo celo a las grandes figuras y equipos que lo dominan. El Tour es todo lo contrario al libre albedrío.
La Vuelta en cambio, ofrece un jugueteo mucho más atractivo en la carretera. Su organización sabe salirse del guión, es capaz de orquestar extraordinarios perfiles y finales de etapa, estratégicamente situados a lo largo de las tres semanas de carrera. No es tan previsible como el Tour, da lugar a que los ciclistas prueben sus opciones cada día, se vean capaces de sorprender y de romper el ritmo de un pelotón que es deliciosamente ingobernable desde el primer día hasta el último. Siempre hay jornadas innovadoras, distintas cada año. Fuera los estereotipos de que no puede haber montaña la primera semana de carrera, o el penúltimo día. O contrarrelojes siempre en los mismos formatos. Nada de repetir todos los años los mismos tópicos, los mismos parajes clásicos. La Vuelta es capaz de innovar, de proponer una carrera mucho más abierta y competida, lo que favorece el espectáculo, pues sorprende a los propios ciclistas, que se crecen y se vuelven más ambiciosos en ruta.
Detrás de esta gran carrera hay mucho trabajo, mucha dedicación e imaginación. Hay verdadera vocación por hacer de esta carrera la más espectacular del mundo, la más original. Hay una búsqueda constante para que la Vuelta sea inclusiva, plural, representativa y compartida. Busca todos los rincones de nuestra geografía que le puedan hacer bien al ciclismo, y con ello el gran entusiasmo de su gente, que aporta una dosis extra de emoción. Plantea cosas distintas, busca soluciones atractivas. No hay más que ver los cambios de líder que ha habido hasta ahora, en el ecuador de la edición de 2018, o los ganadores que ha tenido cada etapa, tan variopintos, tan entregados a esta carrea. Otra muestra es que a estas alturas de la actual edición, entre los diez primeros de la clasificación general hay menos de un minuto de diferencia. El ciclista responde a las exigencias de una carrera en la que disfruta, y el aficionado lo agradece doblemente. Es apasionante.
La Vuelta tiene algo diferente. Una pasión de otro color, un sabor a bicicleta entendido desde la emoción y la batalla sin descanso. No es amiga de las etapas de transición, sino de la competición al descubierto y sin gobierno. Ofrece a los ciclistas un cara a cara sin máscaras, un duelo de piernas siempre abierto a cualquiera que lo quiera probar, en cualquier momento. La de 2018 está siendo, otro año más, una carrera extraordinaria y aún nos queda la segunda mitad de la ronda, con un elenco de etapas espectaculares por delante. Magia en la carretera.
Por eso, para mi la Vuelta es mucho más bonita, vibrante y emocionante que el Tour. Es la mejor carrera del mundo, si hablamos de ciclismo espectáculo, si buscamos lucha y emoción imprevisible. Si hablamos de marketing, impacto económico, de tópicos y de historia, el Tour seguirá siendo la carrera con más solera. Pero está mucho más vacía de ciclismo de verdad, pues hace años que perdió su esencia para aburguesarse en los lares del negocio deportivo teledirigido. De hecho, ayuda más a echarse la siesta que a vivir la pasión del ciclismo. El Tour sigue llevando la fama, pero la que carda la lana es la Vuelta.
Viva la Vuelta ciclista a España, orgullo de un país que sabe hacer ciclismo como ningún otro, y atraer a su tierra extraordinarios corredores del pelotón mundial, que vienen buscando espectáculo, batalla sin cuartel y recorridos genuinos. Ciclistas que vienen además con las ganas simbióticas de construir una competición diferente y a reencontrarse con la pureza de este deporte por las carreteras y poblaciones españolas. La Vuelta es un escaparate que permite al ciclista mostrar el brillo de siempre, la naturalidad de antaño, pero en el siglo XXI. Es la mejor gran vuelta del momento, la que más cuida de la esencia del ciclismo en el presente y su transición hacia el futuro. La que persigue superarse cada año y sorprender a los aficionados. La que genera expectación sobre la carretera cada día, colorido y una propuesta única en cada edición. La vida son sólo dos días, y la Vuelta son tres semanas del mejor ciclismo del mundo cada año.
El Tour, “La Grande Boucle” francesa, la gran carrera ciclista por excelencia en el panorama mundial, tiene el cartel, la historia y la fama de ser la mejor, de ser la aspiración máxima de cualquier ciclista. Pero se ha convertido en un foco tan agobiante y previsor que anula cualquier opción de sorpresa, de que el guión no sea el establecido. Sólo pueden pasar ciertas cosas, en determinados momentos. Todo se mide, se prepara, se dirige demasiado. Apenas hay ataques, emboscadas o estrategias improvisadas, apenas hay espacio para el ciclismo puro. El Tour tiene el espectáculo demasiado medido, exageradamente dosificado en pequeñas muestras. Las etapas son mucho más previsibles y rancias, mucho más gobernadas por grandes escuadrones (últimamente el patrón Sky), que no permiten margen a movimientos espontáneos, a sorpresas demasiado tempranas o muy tardías.
Parte de esa monotonía se debe también al recorrido, a la organización. El Tour se ha convertido en un ente tan mediático como insulso, tan influyente como aburrido. Nada en la abundancia de posibilidades, perfiles, puertos, localizaciones, pero no explota el tempo de su producto, no exprime ni reinventa sus recorridos, ni plantea nuevas formas de explorar el ciclismo. No da opción a que ocurran cosas diferentes en momentos distintos a los esperados, no hay etapas trampa antes de lo previsto, no hay posibilidad de ver más que un estilo de ciclismo único de bloque, dominado por la tensión y el miedo a salirse del guión, a respetar con excesivo celo a las grandes figuras y equipos que lo dominan. El Tour es todo lo contrario al libre albedrío.
La Vuelta en cambio, ofrece un jugueteo mucho más atractivo en la carretera. Su organización sabe salirse del guión, es capaz de orquestar extraordinarios perfiles y finales de etapa, estratégicamente situados a lo largo de las tres semanas de carrera. No es tan previsible como el Tour, da lugar a que los ciclistas prueben sus opciones cada día, se vean capaces de sorprender y de romper el ritmo de un pelotón que es deliciosamente ingobernable desde el primer día hasta el último. Siempre hay jornadas innovadoras, distintas cada año. Fuera los estereotipos de que no puede haber montaña la primera semana de carrera, o el penúltimo día. O contrarrelojes siempre en los mismos formatos. Nada de repetir todos los años los mismos tópicos, los mismos parajes clásicos. La Vuelta es capaz de innovar, de proponer una carrera mucho más abierta y competida, lo que favorece el espectáculo, pues sorprende a los propios ciclistas, que se crecen y se vuelven más ambiciosos en ruta.
Detrás de esta gran carrera hay mucho trabajo, mucha dedicación e imaginación. Hay verdadera vocación por hacer de esta carrera la más espectacular del mundo, la más original. Hay una búsqueda constante para que la Vuelta sea inclusiva, plural, representativa y compartida. Busca todos los rincones de nuestra geografía que le puedan hacer bien al ciclismo, y con ello el gran entusiasmo de su gente, que aporta una dosis extra de emoción. Plantea cosas distintas, busca soluciones atractivas. No hay más que ver los cambios de líder que ha habido hasta ahora, en el ecuador de la edición de 2018, o los ganadores que ha tenido cada etapa, tan variopintos, tan entregados a esta carrea. Otra muestra es que a estas alturas de la actual edición, entre los diez primeros de la clasificación general hay menos de un minuto de diferencia. El ciclista responde a las exigencias de una carrera en la que disfruta, y el aficionado lo agradece doblemente. Es apasionante.
La Vuelta tiene algo diferente. Una pasión de otro color, un sabor a bicicleta entendido desde la emoción y la batalla sin descanso. No es amiga de las etapas de transición, sino de la competición al descubierto y sin gobierno. Ofrece a los ciclistas un cara a cara sin máscaras, un duelo de piernas siempre abierto a cualquiera que lo quiera probar, en cualquier momento. La de 2018 está siendo, otro año más, una carrera extraordinaria y aún nos queda la segunda mitad de la ronda, con un elenco de etapas espectaculares por delante. Magia en la carretera.
Por eso, para mi la Vuelta es mucho más bonita, vibrante y emocionante que el Tour. Es la mejor carrera del mundo, si hablamos de ciclismo espectáculo, si buscamos lucha y emoción imprevisible. Si hablamos de marketing, impacto económico, de tópicos y de historia, el Tour seguirá siendo la carrera con más solera. Pero está mucho más vacía de ciclismo de verdad, pues hace años que perdió su esencia para aburguesarse en los lares del negocio deportivo teledirigido. De hecho, ayuda más a echarse la siesta que a vivir la pasión del ciclismo. El Tour sigue llevando la fama, pero la que carda la lana es la Vuelta.
Viva la Vuelta ciclista a España, orgullo de un país que sabe hacer ciclismo como ningún otro, y atraer a su tierra extraordinarios corredores del pelotón mundial, que vienen buscando espectáculo, batalla sin cuartel y recorridos genuinos. Ciclistas que vienen además con las ganas simbióticas de construir una competición diferente y a reencontrarse con la pureza de este deporte por las carreteras y poblaciones españolas. La Vuelta es un escaparate que permite al ciclista mostrar el brillo de siempre, la naturalidad de antaño, pero en el siglo XXI. Es la mejor gran vuelta del momento, la que más cuida de la esencia del ciclismo en el presente y su transición hacia el futuro. La que persigue superarse cada año y sorprender a los aficionados. La que genera expectación sobre la carretera cada día, colorido y una propuesta única en cada edición. La vida son sólo dos días, y la Vuelta son tres semanas del mejor ciclismo del mundo cada año.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)