“Hispanos, ¿cuál es vuestro oficio? ¡Balonmano, aú, aú, aúuu!”
Ésta bien podría haber sido la arenga previa del seleccionador Jordi Ribera o del capitán Raúl Entrerríos antes del campeonato de Europa de balonmano masculino 2018 que España ha ganado brillantemente en Croacia. Antes de cualquier partido, pero especialmente en el duelo directo contra Alemania, la semifinal ante Francia o la final con Suecia.
Los hispanos, los guerreros españoles del balonmano, han vuelto a hacer historia. Han vuelto a ganar, a llegar a lo más alto de un campeonato, esta vez de Europa, que se les había resistido hasta en cuatro ocasiones. A pesar de que las circunstancias y el entorno han sido muy esquivos en los últimos años, y han llenado de obstáculos y dificultades adicionales el ya de por si complicado camino hacia cualquier título, esta selección se ha reinventado y se ha apoyado en la fortaleza del grupo para volver a crecer; sobre sí misma, sobre sus pasos, sobre sus valores básicos y sobre una enorme base de trabajo. Sobre el balonmano puro sin ruido ajeno.
Con el desgaste añadido que supone tener que batallar en el campo y fuera de él (con las instituciones, las lesiones, los problemas de preparación y planificación, con la falta de medios y recursos, con la mala gestión de los organismos gestores de este deporte, etc.), el mérito es aun mayor para estos chicos y sus entrenadores. Pero el deporte tiene esta grandeza, y ha aportado a nuestra selección una motivación y unas ganas de reivindicarse que ha doblegado por fin la resistencia del cetro europeo del balonmano continental.
Sí, hay que tener un gen competitivo especial y un hambre deportivo enorme para superar cuatro finales de Europa perdidas y llegar a la quinta con más confianza y determinación que nunca, y ganarla por talento y por convicción. También después de haberse caído del pódium en los últimos campeonatos del mundo, después de no clasificarse para los juegos Olímpicos de Río, y en medio de la crisis deportiva e institucional que atraviesa el balonmano en nuestro país, centralizado en los problemas de la federación y la liga ASOBAL, la gesta de esta selección merece un reconocimiento muy especial.
A pesar de no ser favoritos, los hispanos siempre se creyeron capaces de ganar, de doblegar a las grandes selecciones que se pusieran en su camino como así ha sido. En los momentos delicados han sabido construir una rocosa defensa sobre la que han desplegado un ataque cada vez más rodado, a cada partido más incisivo y determinante. Han sacado a relucir su mejor versión en los partidos más complicados. Ellos si creían en el equipo, en su talento. Porque conocen el espíritu y el coraje del que está hecha esta selección, la pasta que gobierna un grupo homogéneo y solidario. La mezcla de experimentados jugadores veteranos con jóvenes entusiastas la han sabido equilibrar, cada vez mejor, bajo una fenomenal dirección técnica.
Pero sobre todo la fuerza mental que se transmite en los hispanos de generación en generación, el ADN ganador que nunca se rinde (para muestra, el botón de los Dujshebaev). Aquello que es innato y no se entrena, ese convencimiento de que se comen al rival, la determinación demostrar que son mejores, lo llevan escrito en la frente, reflejado en los ojos, latiendo en la sangre, y tatuado en la piel.
Y honran a toda una saga de jugadores míticos que llevaron en volandas al balonmano español hasta las cotas más altas del mundo. Así, en volandas, les han llevado a ellos ahora el peso de la historia, el amor por la competición y la victoria, la entrega apasionada al deporte y sus valores más puros. Es la confianza y el esfuerzo el que les ha hecho ganar, es la devoción total a su deporte lo que les ha hecho grandes. Es el balonmano al fin y al cabo, su oficio, su sentimiento más noble, el que les ha hecho alzarse por encima del resto y darnos de nuevo una alegría increíble, una gesta de esas que se recuerdan durante años, por el momento, las condiciones y la manera de conseguirla.
Hispanos, generaciones perennes de campeones en la tempestad, sois enormes, sois eternos, os admiramos. Os damos las gracias a vosotros, que seguís haciendo grande la marca España, a vosotros que sabéis mejor que nadie de dónde venís, dónde estáis y a dónde vais (y todos nosotros con vosotros), porque conocéis vuestro oficio: ¡Balonmano, aú, aú, aúuu!
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