Junio 2018, el mundial de fútbol. Ese evento mágico y único que nos visita cada cuatro años. Que nos mantiene en sesiones maratonianas viendo fútbol, analizando los grupos, las posibilidades, los enfrentamientos dispares entre culturas diferentes, o entre clásicos históricos, con jugadores tan diversos. Equipos y aficiones llenos de ilusión, países enteros que se paralizan por ver sus colores y seguir a su selección. O a cualquier selección, el caso es empaparse de mundial, exprimir el delicioso mes intensivo que nos trae esta competición y seguir el día a día como si no hubiese nada más importante. Participar es una fiesta para algunos, para otros ganar es la obligación. Para los amantes del fútbol, seguirlo es una tradición de la que no es posible prescindir.
El mundial consigue marcar el tempo del planeta durante el mes que dura. Todos somos un poquito más felices mientras hay mundial, no nos vamos a engañar. Nos emociona, nos hace vibrar, nos hace sonreír y soñar, nos ayuda a conocer más el mundo, su cultura, tradiciones, su geografía. El mundial está para no hacer planes más allá de los partidos, para quedarse en casa amortizando el sofá, para compartirlo en las plazas y en los bares. En año de mundial la natalidad crece, el turismo mejora y aunque algunas parejas lo encuentren incomprensible, el mundo se da una tregua amistosa que hace más amable y llevadero el día a día de esta sociedad.
Durante el pasado mes hemos presenciado en Rusia 2018 un mundial sorprendente, entretenido, diferente. Con muchos goles, con muchas jugadas decisivas en los últimos minutos, con acciones determinantes que han cambiado partidos en los instantes más emocionantes. Con el VAR como protagonista novedoso, una ayuda que ha venido para quedarse, más ecuánime, aunque a veces dilate en suspense la alegría incontenible que provoca un gol. Con eliminaciones tempranas e inesperadas de selecciones favoritas como Alemania, Argentina, España o incluso Italia, que ni siquiera clasificó para Rusia. Con sorpresas y equipos rindiendo por encima de lo esperado (Croacia, Inglaterra, Suecia).
Ha sido un mundial de bloques, de equipos más que de estrellas individuales: Messi, Cristiano y Neymar se fueron pronto para casa. Su aportación aislada no fue suficiente para conseguir llevar a sus selecciones más lejos, lo que demuestra que el fútbol sobre el césped es hoy más colectivo que nunca, a pesar de que el marketing y los contratos digan lo contrario. Los jugadores pueden ganar partidos pero los equipos ganan campeonatos. Así lo hemos visto en los bloques sólidos y comprometidos basados en la fuerza del conjunto, que han llegado hasta las últimas rondas: Francia, el campeón merecido por solidez, táctica seria y disciplinada, solidaria, práctica y eficaz; Croacia, una selección sacrificada, equilibrada y más motivada que las demás; Bélgica, probablemente el equipo que mejor fútbol ha desplegado, que más ha brillado gracias al talento joven y combinativo de sus jugadores, a la asociación grupal de toque alrededor del balón.
Se agradece la frescura que aporta el mundial a la hora de ver un juego diferente. Las selecciones juegan de otra manera distinta a los clubes; la competición especial anima a ello. Un fútbol desde otro paradigma, más comprimido, más definitivo, más imprevisible. Un fútbol donde el dominio de los equipos europeos está más patente que nunca sobre el campo (con cuatro semifinalistas de este continente); además, los últimos cuatro mundiales los han ganado combinados del viejo continente: Italia, España, Alemania, Francia.
Asimismo, a nivel del escaparate individual que supone el mundial para la mayoría de jugadores, en este hemos asistido a un fenomenal desfile de candidatos: descubrimos futbolistas magníficos que no sabíamos ni en qué equipo o liga jugaban, que se revalorizan, y el mercado de fichajes se anima. La caza de jugadores tras un mundial se vuelve normalmente muy entretenida, y ojalá siga esa tendencia este verano, aunque la inflación desproporcionada del mercado por las grandes estrellas en los últimos años ha provocado un salto insalvable para la economía de la mayoría de clubes del mundo, lo que mengua la actividad.
Hemos podido disfrutar de un mundial retransmitido por televisión en abierto al 100%, al menos en España, cosa cada vez más extraña de ver, lo cual aseguraba fútbol casi a todas horas. Hemos contemplado cómo el seguimiento y las interacciones con el evento a través de todos los canales que las redes sociales permiten hoy por hoy se multiplicaban exponencialmente durante este fantástico mes. Hemos asistido una vez más a un desplazamiento masivo de aficionados, pieza capital que da sentido a un mundial. Espectadores que dan color y calor a las gradas, a los estadios y a las ciudades, que cantan sus himnos con pasión y que reclaman al mundo un trocito de protagonismo a propósito del fútbol. Personas que esperan este evento durante años, ahorrando para hacer el viaje de sus vidas y cruzar medio planeta para vivir el fútbol en directo.
En la retina queda un mundial que ha cumplido expectativas organizativas, sociales y económicas. También a nivel deportivo para unos cuantos, aunque no para nuestra querida España, cuya tormenta inicial dentro del equipo se ha tornado insalvable finalmente. Un episodio del que aprender a futuro, y del que ya pasamos página mirando al horizonte con optimismo y confianza en la continuidad de un estilo y una forma de entender el fútbol, aquel que nos llevó muy lejos, y que nos debe seguir manteniendo en la élite competitiva mundial del fútbol.
De Rusia 2018 queda también un poso de juego limpio, donde el número de tarjetas y expulsiones registradas ha sido el menor de la historia reciente. Tampoco ha habido especiales encontronazos, tánganas o acciones violentas sobre el césped; comportamiento que es de agradecer por el buen ejemplo que supone (otra consecuencia positiva que también es gracias al VAR). Aficiones más respetuosas con los himnos, estadios más modernos y muy tecnológicos que han permitido vivir el fútbol con la mejor calidad desde todos los ángulos y perspectivas hacia todos los rincones del planeta.
Ha sido un mundial muy positivo en todos los sentidos, un evento muy disfrutado para todos. Sobre el campo y fuera de él, el reto es seguir haciendo evolucionar este extraordinario evento, pero manteniendo su excelente nivel como producto de entretenimiento. Lógicamente, debe buscar el seguir creciendo en expectación, seguimiento y valor, pero sin desvirtuar el formato, la emoción que genera, la igualdad y lo impredecible de sus resultados, las condiciones para que los futbolistas rindan al máximo nivel y den el mejor espectáculo, y sobre todo la pasión de un evento por el que el planeta fútbol siente devoción. Con estas premisas, el mundial viajará en el tiempo dentro de cuatro años, en 2022, hasta Qatar, donde habrá cambios importantes: respecto al calendario (se jugará en el otoño del hemisferio norte), y respecto al número de selecciones, cuyo aumento está aún por ratificar. Confiemos en que FIFA no patine y permita mantener la esencia que hace grande, único y diferente al mundial: la pasión por el buen fútbol, la emoción de grandes partidos y el formato más atractivo posible para el espectador.
Aquí hay un trozo de ti, de mí, y de millones de personas que aman el FÚTBOL, el DEPORTE y la VIDA. Las pasiones y sus emociones no se eligen, se entrenan para jugar con ellas. Así es el fútbol, así es el deporte, una manera entender la vida, de entrenar el corazón, y de jugar con el mundo. Este es un pequeño rincón para hablar de todo ello. Porque al final, tú, siempre Juegas Como Entrenas.
jueves, 19 de julio de 2018
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