Este Open de Australia 2019 que va llegando a su fin, no sólo va a coronar a los nuevos ganadores del primer Grand Slam de esta temporada. Nos deja un poso triste, estructural y generacionalmente hablando: la inminente retirada de uno de los grandes, Andy Murray. Lo planteó él mismo tras caer en primera ronda de este torneo en un partido épico a cinco sets contra Roberto Bautista.
En el año en que cumplirá los 32, todo parece indicar que este será su último año en el circuito ATP. Quizás se despida en Wimbledon, en su casa. Sería lo más emotivo. Todo dependerá de cómo consiga aguantar el dolor hasta entonces. Un dolor crónico en la cadera que no le permite rendir y competir como necesita un profesional, que le limita y que nos privará de unos años fantásticos que seguro aún estaban por venir con su tenis. Después de pasar por una complicada operación, el dolor no remite. Meterse de nuevo en quirófano al parecer no ofrece las garantías necesarias para que compense los riesgos que supone y sobretodo que mitigue la dolencia, lo cual le han llevado hasta el agotamiento físico y mental, viéndose abocado a una más que probable retirada prematura.
Perdemos a uno de los cuatro tenistas del llamado “Big Four” actual: Federer, Nadal, Djokovic, Murray. Un “gentleman” sobre la pista, un jugador incansable, tremendamente resistente, sorprendente y comprometido con el tenis de alto nivel. Un jugador con valores, defensor de los derechos e igualdad de sus colegas femeninas en el circuito tenístico. Un jugador decidido a doblegar su historia, digno sucesor de Fred Perry como el más grande en el tenis británico. Con 45 títulos a sus espaldas, entre ellos 2 Wimbledon y 1 US Open, 14 Masters 1000, 1 Copa de Maestros y 3 medallas olímpicas, el que fuera número 1 del mundo durante 41 semanas nos dejará huérfanos de talento.
Murray forjó su carácter de hierro desde muy pequeño, después de salvarse cuando apenas era un niño de una matanza tras un tiroteo mortal en su colegio. Desde siempre tuvo una resistencia inagotable, dentro y fuera de la pista. Se fue moldeando en todas las superficies, incluida la tierra batida, en la que con un ímprobo tesón quiso rebelarse ante la nefasta tradición británica en dicha superficie, progresando en ella más que cualquiera de sus predecesores isleños (llegó a jugar una final en Roland Garros). Su determinación por llegar a lo más alto se mantuvo firme incluso tras perder las cuatro primeras finales de Grand Slam que jugó.
Cuán insoportable debe ser su lesión para que este portento mental, que nunca dio una bola por perdida, que llegaba a devolver todo aquello que parecía imposible, diga basta. Cómo debe ser la limitación para que renuncie a una de las más brillantes carreras del circuito, con los años de madurez aun por venir. Tan dolorida debe de estar su cadera (y su mente), para que se rinda a la evidencia, a las lágrimas y a la impotencia de una carrera truncada injustamente. Es ese dolor suyo con el que agonizamos todos, el querer y no poder. Nos duele a todos, Andy.
La aceptación de este capítulo final de su carrera deportiva es un trago que se deberá digerir estos meses según avance la temporada. Otro paso más en la forja de una mente acostumbrada a batallar contra todo tipo de injusticias. Entre todas, ésta será la más amarga que presenta el mundo del deporte: las lesiones, aquellas que uno no elige pero que debe aprender a gestionar. En la pista quedará un enorme vacío, y el recuerdo de un gran pedazo de la historia del tenis arrancado antes de tiempo, pero que hemos podido saborear en la última década. Fuera de ella, las lecciones aprendidas de un caballero del deporte, una persona íntegra y solidaria, comprometida por superar barreras propias y ajenas.
Y por encima de todo un deseo, que el gran Andy Murray pueda liberarse de su dolor para seguir su vida, y consiga sonreír de nuevo, aunque sea sin la raqueta en la mano. Que además pueda seguir deleitando y enriqueciendo el mundo del tenis, desde el mejor lugar posible para él (sea entrenador, formador, asesor, gestor de torneos, especialista en medios, etc.), volcando así de vuelta en el circuito toda su experiencia, saber hacer y carisma. El tenis se lo debe y lo necesita, y todos se lo agradeceremos.
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