viernes, 8 de diciembre de 2017

La historia interminable

10 años llevan Cristiano Ronaldo y Leo Messi repartiéndose los balones de oro, la mitad para cada uno. Nadie les ha hecho sombra en sus números, sus títulos, y en la fuerza y arrastre de masas mediático dentro del planeta fútbol. Esto es historia pura de este deporte, algo sin precedentes que está catapultando la industria hasta los límites más elevados de su centenaria vida.
La década 2008-2017, ambos incluidos, ha sido un binomio de dominio argentino-portugués, bajo los focos del fútbol español y europeo. Y ello a pesar de que ha habido dos mundiales de por medio (que supuso el triunfo del toque y el talento colectivo reflejado en España y en Alemania, dicho sea de paso), pero que ninguno de los dos ha ganado. Sin embargo, la espectacularidad de su juego, sus registros, su ambición y todo lo que son capaces de generar alrededor de su figura en sus equipos, son pruebas más que fehacientes para asegurar que la dominancia intrínseca que se han ganado dentro y fuera del campoes algo único y más que merecido.
Podrán despertar mayor o menor simpatía, pero son lo que son por capacidades superiores y diferenciales a todos los demás, y por supuesto por su trabajo extremo y dedicación ejemplar al fútbol, entregados a hacerlo mejor sin descanso. Decididos a no cejar en su empeño día a día, a ser capaces de mantener una ambición fuera de lo común por mejorar y crecer, por mantener su nivel en lo más alto de manera permanente y no conformarse sólo con haber llegado allí. Otro gol, otro partido, otra victoria, otro récord; nunca es suficiente. El fútbol les ha dado todo y ellos se lo devuelven al fútbol.
Siempre ha habido grandes jugadores en la historia de este deporte, auténticos fenómenos de época que han ido apareciendo con cuentagotas, para hacer crecer y madurar el fútbol en la proporción en que éste era capaz de asumirlo, de progresar y de modernizarse. Aproximadamente uno cada década, han ido surgiendo desde los años 50 hasta los 2000: Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona, Zidane, Ronaldo. Hasta entonces, estos dominadores de cada época han sido fácilmente identificables, destacando claramente por encima de los demás sin una sombra a la vista. Parece como si la historia hubiera ido dosificando poco a poco la aparición de estas leyendas para disfrutar con un solo foco de cada una de ellas, en el lapso de historia que les iba correspondiendo. Hasta que  a mediados de los 2000, el universo del fútbol conspiró para generar su propio Big Bang, en forma de colisión brutal de dos astros que han reclamado su sitio dentro de la historia en la misma época, y compitiendo de tú a tú por los mismos objetivos: Cristiano y Messi.
Sin lugar a dudas se han mejorado el uno al otro, y con su competencia voraz han hecho más espectacular y más candente el fútbol reciente y moderno. Han emergido como dos polos opuestos, dos fuerzas que se disputan la hegemonía del fútbol, trascendiendo más allá del deporte. Estos futbolistas tan antagónicos en lo físico, lo táctico, lo técnico, lo personal y lo pasional, cuyo nexo de unión es el balón y una implacable capacidad de batir récords, títulos y goles en el campo, no dejan indiferente a nadie. Vivir en la época de Cristiano y Messi, acuciados por las camisetas que defienden uno y otro y que traspasa cualquier intento de neutralidad en la opinión que le merecen al público, es reconocer las dos caras que presenta la vida en todos los ámbitos.
Son posturas irreconciliables que provocan fervorosas discusiones en todo el planeta. Y aunque sobre gustos no haya nada escrito y no exista una verdad absoluta, cierto es que decantarse por uno de ellos implica automáticamente asumir sobre el otro los contrastes propios de las fuerzas opuestas. Amor y odio, cara y cruz, luz y oscuridad, el yin y el yang, la verdad y la mentira, éxito y fracaso, Dr. Jekyll y Mr. Hide. Héroes para unos, villanos para otros, pero evidentemente respetados y reconocidos por su innegable grandeza futbolística.
En cualquier caso, en esta época de Cristiano-Messi, estamos ganando todos, en cuanto a talento, récords, historia, espectáculo, crecimiento y evolución del fútbol, atractivo de las competiciones, y capacidad para apasionar al mundo. Incluida la cantidad de futbolistas que se han visto ensombrecidos por esta dupla y que en otra época hubieran dominado y marcado su terreno, por su enorme calidad (Iniesta, Xavi, Robben, Casillas, Buffon, Ribery, Neymar, Neuer, Griezmann…y tantos otros). El fútbol es mucho mejor gracias a Cristiano y Messi.
Seguimos presenciando en directo la batalla más igualada y emocionante del fútbol al unísono, que traspasa fronteras físicas, culturales, sociales, emocionales,  y perdurará a través de los años. La historia interminable por el legado que están construyendo estas dos estrellas, por la cantidad de momentos para el recuerdo y de partidos y competiciones antológicos que hemos podido disfrutar con ellos, por la grandeza de la rivalidad y el espíritu competitivo que han transmitido a todo el planeta.
La historia interminable que, lógicamente, dará paso sobre el césped en algunos años al relevo, un relevo que tiene el reto de llenar el inabarcable vacío que parece dejarán Cristiano y Messi en el panorama balompédico cuando sus cuerpos digan “basta”. Vacío cual cráter de un volcán que ocupa no sólo un planeta entero, sino una constelación completa, un universo de emociones y fútbol, que sólo el tiempo y el progreso nos dirán si ha sido el mayor impacto nunca visto en este deporte, o si podrá ser alguna vez igualado o superado. Hasta que eso llegue, sigamos disfrutando del fútbol total que tenemos aún ante nuestros ojos: la historia interminable continúa.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Y Madrid qué, otra vez candidata olímpica, ¿no?

Conocimos hace poco la decisión de conceder los juegos olímpicos de 2024 a París y de 2028 a Los Ángeles; la siguiente cita en el horizonte es 2032. Y yo le digo a Madrid: “de nuevo, vamos a por ello”. Hay que insistir, seguir con el cántaro a la fuente para que salga. Madrid olímpico 2032, qué bonito
Recuerdo un anuncio viral a finales de los 90 de un automóvil que te llevaba donde hacía mucho que no llegaba nadie.  Aparecía un hombre mayor en un pueblo aislado, hablando de temas muy antiguos que él creía seguían estando de actualidad: Ruiz Mateos y Boyer, Franco… y al final el hombre acaba preguntando ”y el Madrid que, otra vez campeón de Europa,  ¿no?“. El Madrid llevaba por entonces más de 30 años sin ganar dicho trofeo, pero ironías de la vida, ese mismo año volvió a ganar: la séptima. Y conquistó 3 en 5 años.  Y más de una década después, otras 3 en 4 años. Juguemos de nuevo con la ironía y el destino para conseguir el mismo efecto en Madrid 2032.
Madrid 2032 vuelve a verse en el horizonte como un reto ilusionante al que no debemos renunciar. Madrid merece los Juegos Olímpicos, merece una transformación que le impulse a seguir convirtiéndose en una ciudad aún más sostenible, solidaria y abierta. Más limpia, más verde, más eficiente y moderna. Más cómoda y completa, más amable. Más deportiva, nacional, europea y mundialmente: más olímpica. Las infraestructuras y recursos que ya posee Madrid son una base muy sólida sobre la que abordar una nueva propuesta viable, que cuenta además con la experiencia acumulada de las pasadas candidaturas de 2012, 2016 y 2020.
Tras un periodo de respiro, Madrid debe volver a presentarse con más fuerza todavía y con muchas lecciones aprendidas. El conocimiento, el capital humano y la capacidad para llevar adelante unos exitosos Juegos están en el corazón y el alma de todos los madrileños, en la voluntad de los que hacemos y participamos de la ciudad, en todos los expertos que la conocen. Está en su forja, en su ADN, en su estrategia a largo plazo de gran ciudad; una ciudad que sabe integrar grandes eventos de manera extraordinaria, capaz de adaptarse y transformarse para mejorar y dar un excelente servicio, para superarse a sí misma y enseñarle al mundo cómo es capaz de gestionar cualquier gran acontecimiento de manera ejemplar, profesional y con mucho sentimiento.
La ciudad está preparada y dispuesta para enamorar y conquistar retos increíbles, pues así lo sentimos la mayoría de los que formamos parte de ella. La voluntad de albergar el sentimiento olímpico en el seno de nuestra ciudad es además apoyada por la mayoría del país, que respira deporte, olimpismo y sus valores por todos sus poros. España es tradición y solera deportiva, una marca muy asociada a los juegos y al deporte, y se merece de nuevo ser el catalizador del movimiento olímpico a través de Madrid: un proyecto conjunto que puede generar de nuevo un sentimiento de unidad y convergencia, incluso de mejora de la convivencia a futuro, en torno a los valores del deporte.
Más allá de intereses económicos, políticos, sociales o geográficos, Madrid32 sería una excelente sede sobre la que hacer crecer los Juegos y su impacto, donde conseguir sacar lo mejor de un pueblo y un país que han demostrado con creces estar a la altura de los grandes acontecimientos del deporte, de contribuir a hacerlos más grandes, mejorándolos, aportando su visión, sus particularidades y su encanto. Volcando la pura pasión de España por el deporte olímpico.
Por todo ello, por no rendirse nunca, por justicia vital y deportiva, por las ganas, la ilusión y mucho más, es el momento de pensar nuevamente en un proyecto que es posible, alcanzable y merecido. Madrid32 debe echar a andar con el apoyo unánime de todos, con la firme convicción de que esta vez sí, será elegido, que ya toca. Madrid lleva tiempo imaginando su sueño olímpico, visualizándolo en una realidad futura no tan lejana, que puede materializarse en 2032. Cree en sí misma, en su capacidad de cumplir su sueño. Con una intensa emoción, persigamos que se cumpla la misma ironía de la vida que se dio con el anuncio que comenté al inicio de este artículo, y sonriamos al lanzar la pregunta al futuro ilusionante y al Comité Olímpico Internacional: “Y Madrid qué, finalmente ciudad olímpica, ¿no?”

martes, 17 de octubre de 2017

Andrés Montes, jugón del baloncesto

Hace 8 años que nos dejó un jugón del deporte, un narrador distinto, la voz por excelencia del baloncesto moderno. Andrés Montes era diferente a los demás, un periodista que se salía del guion, sin cortapisas. Un emocionado amante del deporte que vibraba con su trabajo y te hacía sentir el baloncesto desde otro prisma, bajo una dimensión diferente.
 Ver el baloncesto con Andrés Montes era como sentir que estabas dentro de la pista. Más allá de escuchar a un narrador contando lo que ocurría, te sentías al lado de un forofo que aportaba una gran emoción, que vivía cada acción del juego como tú en tu casa, y te la trasladaba con una originalidad y una emotividad que te hacían despertar del letargo de las madrugadas NBA. Haciéndote reír a carcajadas, siendo partícipe de las historias que contaba e inventaba, emocionado por todo el valor añadido que daba a los partidos, a nivel de conocimiento técnico, táctico y de actualidad, pero también de sentimiento, de calidez, sobre la vida.
Montes era un tipo que reflexionaba en alto sobre cualquier tema mientras narraba el baloncesto, que filosofaba como nadie sobre los jugadores y su vida dentro de la pista y fuera de ella. No tenía pelos en la lengua, hablaba muy clarito. Era un showman, una voz y un icono tremendamente influyente, mucho más allá del periodismo y la narración clásica, alejado del estereotipo de comunicador tradicional. Era puro marketing auditivo y emocional, era un humor venenoso y directo, sin tapujos. Era sarcástico e irónico, y gestionaba como nadie el tempo de los partidos, manejando la emoción de seguirlo pegado a sus palabras. Se hacía tan protagonista, que sus comentarios y las emociones que transmitía captaban la atención del espectador a veces mucho más que el propio juego. De la anodinia de algunos partidos ha hecho verdaderas maravillas prosaicas, auténticos ratos de lucidez mental y de disertación deportiva, baloncestística y de la vida. Y con ello se hizo amigo de la audiencia.
Andrés Montes era una mente brillante, genial. Una mezcla de locura y pasión, con la justa cordura y la necesaria desvergüenza para contar lo que le diera la gana durante el partido. Opinaba de todo y de todos. Con respeto pero sin esconderse, transparente como su brillante calva y su expresivo rostro, con aquellas gafas y la pajarita que acompañaban a un personaje caricaturesco por imagen, por voz, por emoción, por discurso y ocurrencias. Desafiando al estilo clásico, superando su propio estilo día a día, haciéndolo propio, genuino y tremendamente reconocible. Un producto diferencial con el que la audiencia siempre repetía.
Para la historia quedan horas y horas de narración de  baloncesto NBA sobretodo (aunque también baloncesto FIBA, eurobasket y mundiales, e incluso de fútbol). Historias que marcaron mi adolescencia y juventud y que me acercaron al fascinante mundo de la NBA de una manera única, irrepetible. Andrés Montes fue el culpable de mi gancho con este deporte y la competición americana, gracias a su conexión directa con las emociones, el sarcasmo y el humor. Pocos narradores han conseguido captar la esencia de este espectáculo de una forma tan natural y excéntrica a la vez, tan amada y tan cercana. En España Andrés Montes cambió la forma de ver el baloncesto. De alguna manera te hacía participar, prestar atención al juego, no podías quedarte indiferente. Nos hizo sentir una piña y formar parte de su club de seguidores, de los jugones que compartíamos y nos entendíamos con su lenguaje, sus expresiones y su lengua vivaz e irreverente.
Montes nos hizo sentir acompañados en largas tardes de estudio, horas de desvelo, temporadas completas de espectáculo, partidos para la historia, vibrantes All-Star, en tiempo de playoffs… Nos acompañó durante años transformando la manera de entender el baloncesto, acercando y calando desde los noventa el hasta entonces poco conocido mundo de la NBA en España. Y le dio un vuelco a cómo seguir la competición, cómo conducir una temporada, un partido, un programa. Consiguió empatizar con los amantes del baloncesto de una manera distinta, e incluso con aquellos espectadores pasivos que ni veían los partidos, pero que reconocían su voz y sus expresiones de tanto escucharlas, o por la sola imitación sentida de quienes le prestábamos atención activamente (por experiencia propia, les ocurría a mi madre y mis hermanas de tanto verle en la tele y de escucharme a mí repetir sus chascarrillos).
Andrés Montes fue alguien especial y diferente, que junto a su inseparable Antoni Daimiel, formó una pareja de narración extraordinaria, un dúo complementario que se entendía a la perfección y cuya química nos brindó años de fascinantes sesiones pegados al televisor, no sólo viendo, sino sintiendo baloncesto, participando del baloncesto, gozando del juego y de sus alrededores con la cercanía propia de un forofo, de un amante original, de quien te da algo distinto.
Este genio se marchó para siempre hace ya 8 años y desde entonces el baloncesto ya no es igual. Dejó un  vacío en el fondo y en la forma, en el amor y el corazón del baloncesto, en la manera de vivir la NBA. La esencia, la impronta y el recuerdo que dejaste son inigualables e imborrables, Andrés, las propias de un fuera de serie, un profesional entregado, un auténtico JUGÓNEl baloncesto te echa de menos, Andrés Montes. Y yo también.
P.D.- Además de este artículo, como pequeño homenaje, escribiré un decálogo de las expresiones que más recuerdo de Andrés Montes. Por favor añade todas las que se te ocurran a continuación, para enriquecer su recuerdo entre todos. ¡Gracias!
  • ¡¡Jugón, jugón, jugón!!
  • Bienvenidos al club
  • I love this game!
  • ¡El artículo 34, la ley de O’Neal! Hago lo que quiero y cuando me da la gana…
  • ¡Pero esto qué es, Daimiel!
  • ¡¡Ratatatatatatatatatatatatatatata!!
  • ¡Raza blanca, tirador!
  • Robin Hood Nowitski!
  • ¡Chocolate blanco Williams!
  • Dime, ¿por qué eres tan bueno McGrady?
  • ¡El insolente Payton!
  • Pero este tío es un funky man!
  • ¡Vaya pase de míster Catering!
  • El bailarín de claqué…
  • ¡Tambores de guerra en Phoenix!
  • ¡Buuurrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrbbbbb! ¡Aterrizando en el aeropuerto con Vicente!
  • Bienvenidos al vuelo número 23, les habla el comandante de aerolíneas Jordan.
  • Paseando a Miss Daisy, ¡un extraterrestre en Memphis!
  • ¡Subiendo, la fiebre amarilla!
  • That’s entertainment!!! La lala lararara laaaa
  • Tiempo de basket, tiempo de playoffs
  • ¡¡Si parpadean se lo van a perder!!
  • ¡Vaya pincho de merluza!
  • ¡¡¿Por qué todos los jugones sonríen igual?!!

martes, 3 de octubre de 2017

Alberto reinicia su CONTADOR en el mejor momento

Nos sigue resultando extraño aceptar la retirada de Alberto Contador del ciclismo profesional. Tanto por reciente, como por su trayectoria, por la nostalgia que da despedir a un grande, y por el momento de forma en que lo ha dejado. Es una decisión valiente la suya, y creo que tiene mucho más mérito de lo que a priori puede parecer desde fuera.
El deportista de élite tiene una mentalidad diferente, mucho más entrenada para el sacrificio y para seguir superándose siempre, en el siguiente reto. Para una mente así, no debe de ser fácil digerir la retirada sin entenderla como una rendición, un abandono, o dejar de luchar. El reto aquí está en conseguir aceptar que es ley de vida en el deporte, pues las etapas pasan para todos. Pero no todos los egos entienden bien este punto. El ego de un deportista de élite es un arma de doble filo, pues si bien por un lado alimenta el espíritu de competición y mantiene la voracidad por superarse, por otro también juega malas pasadas durante las épocas duras de su carrera deportiva (crisis, lesiones, etc.), así como en su fase de ocaso, y de posterior gestión de su vida.
Por eso es tan importante que el deportista tenga la cabeza bien amueblada y vaya evolucionando con los pies en el suelo según lo hace su carrera profesional. Pensando en que nada dura para siempre, en plantear una transición para el retiro de la alta competiciónplanificando el momento de dejarlo, que es lo que más cuesta: cómo, cuando, donde. Escuchando al cuerpo y a la mente, al entorno cercano. Observando la competición, no sólo respecto a la planificación de la temporada y resultados, sino a cómo quiere uno despedirse de ella, con ella. Prestándole atención para descubrir cuál es tu momento, sabiendo identificarlo y aprovecharlo, ni muy pronto ni muy tarde.
Un deportista profesional que lleva tantos años dedicándose a lo que le gusta, sacrificando una parte muy importante de su vida, su gente y su tiempo, y que además ha cosechado tantos éxitos, debe estar también preparado mentalmente para la competición más dura: la aceptación de sí mismo y de sus límites. En este sentido, Alberto Contador ha vuelto a ser un ejemplo de lucha y de valentía, y quiero aplaudirle por ello.
Contador ha sido el ciclista español al que nos hemos aferrado en los últimos 14 años dentro del pelotón. Ha sido el bastión y el continuador del espíritu de ataque de Bahamontes, Ocaña, Perico Delgado e Induráin. Ciclista optimista y con una gran confianza sobre la bicicleta, a la altura de los mejores ciclistas españoles de la historia, por calidad, pundonor y entrega. Por palmarés y por demostración de inspiración, liderazgo y carácter. Un corredor distinto, tremendamente valiente, de esos que quedan pocos. Alberto era ese ciclista incómodo para el resto porque no dejaba de atacar sin temor;  un ejemplo de ciclismo más puro a la antigua usanza: el que apretaba hacia adelante cuando tenía un gramo de fuerza para ello. Sin tanto control, sin mirar la clasificación, los grupos del pelotón o pendiente de los potenciómetros y tecnología similar que se usa actualmente.
Ha sido favorito en todas las vueltas grandes y carreras que ha disputado, y nos devolvió la ilusión por tener una referencia española de nuevo en el pelotón internacional, alguien que competía de tú a tú con los demás jefes de filas del momento, y que nos ha regalado etapas llenas de espectáculo. Un corredor que nunca se ha escondido, en las duras y en las maduras, del que se puso en entredicho su profesionalidad, y a lo que respondió con más trabajo, más generosidad. Siempre con una sonrisa, siempre positivo. Atento con la afición y con la prensa, Alberto ha sido un deportista cercano y sincero. Y eso le honra y nos ha hecho quererle más, porque nos hemos sentido más partícipes de su carrera, de la persona que hay detrás, de su motivación para seguir luchando, creciendo y ganando. Para aceptar y aplaudir su evolución en el ocaso.
Creo que Contador ha demostrado una inteligencia tremenda a lo largo de su carrera, y una capacidad de adaptación física y mental a las diferentes etapas de su trayectoria que le han valido para crear una imagen de deportista extraordinario, consecuente con sus valores y su manera de entender el deporte. La suya es una carrera digna de aplaudir por la ilusión que nos ha transmitido siempre, contagiando sus ganas de hacer las cosas bien, de presentar batalla y no rendirse. Siempre ha entendido el ciclismo de ataque y sin miedo, cosa que es muy de agradecer frente a la monotonía que a veces plantea este deporte.
Y en su madurez deportiva ha sabido llevar su trayectoria de la mejor manera, centrándose en disfrutar cada vez más y en saborear cada carrera que preparaba, con las mismas ganas que un principiante, pero sabiendo que la cosa iba tocando a su fin. Ha elegido, a mi modo de ver, el mejor momento y la mejor manera para decir adiós. Aun con fuerza, con piernas y capacidad  para aguantar incluso un par de años más, ha sabido elegir una gratificante y dulce despedida, en lugar de apurar y agonizar hasta el final de su capacidad física.
Eligió retirarse en casa, sonriente y feliz. Con su gente y su público. Decidió decir adiós a su manera; dando espectáculo, compitiendo a tope todos los días de la Vuelta a España 2017, optando hasta el final a ganarla, a hacer pódium, o a llevarse alguna etapa como así fue. Escogió despedirse de manera muy valiente, atacando allá donde podía, cuando el pelotón no lo esperaba, desconcertando a los rivales y enardeciendo a un público volcado con él, que siempre le ha devuelto merecidamente toda la energía y la pasión que él ha dejado en la carretera.
A este chico de Pinto, este profesional de bandera, uno de los ciclistas españoles más grandes de la historia, le tengo un enorme respeto y una tremenda gratitud. Por ser tan sincero corriendo, por llenar de ilusión un deporte extraordinario, por impulsarlo y dar ejemplo, desde dentro y ahora desde fuera, por la pasión que ha dejado en nuestros corazones. Sinceramente, Alberto Contador, bravo por una brillante carrera profesional, por toda tu dedicación y lo que has aportado al ciclismo. Bravo por el broche de oro en tu retirada, que ha sido merecida, preciosa, inmejorable e inolvidable. Con buen sabor de boca, quedando satisfecho contigo mismo y con el mundo del ciclismo. Te has ganado todo el reconocimiento por tantos años, por tantos éxitos, por tanta lucha y valentía. Por ser un caballero, un deportista fiel a sí mismo y a su manera de entender la competición. El ciclismo te echará mucho de menos, y yo desde aquí te doy las gracias y la enhorabuena, Alberto, por saber reiniciar tu Contador en el mejor momento.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Navarro, el baloncesto español lo ha pasado “bomba”



Cuesta decir adiós. Mucho, siempre. Cuesta aún más despedirse de aquello que te ha hecho sentir feliz, privilegiado, pleno. De las personas, de la memoria, de la ilusión, del talento. Pero todo pasa, hasta las cosas buenas que ocurren en la vida y que quisiéramos retener para siempre en el presente; el tiempo no perdona a nadie y es menester dejar paso a otros. La selección española de baloncesto ha despedido en el Eurobasket 2017, con todo el honor y grandeza merecidos, a uno de sus baluartes históricos que más talento ha demostrado sobre la pista, un tirador infalible con un estilo genial y vistoso a la vez que efectivo y letal. La “bomba”, Juan Carlos Navarro. Como diría el genial y malogrado Andrés Montes, “un jugón, ¡raza blanca, tirador, ratatatatatatatatatataaaaaaa!”.

Y le ha despedido colgándose un merecidísimo y muy trabajado bronce en el europeo, después de una temporada y un preparatorio complicado por las lesiones y decisiones extradeportivas. Lo ha hecho con otra demostración de que el baloncesto es equipo, y que a equipo no nos gana nadie. Equipo es lo que ha sabido entender esta generación, la llamada de los “juniors de oro”, encabezada por Navarro desde hace más de 17 años. Mucho tiempo, en el que han construido un conjunto de éxitos históricos en forma de medallas, partidos memorables y campeonatos extraordinarios (mundiales, europeos, juegos olímpicos…).

Pero la generación de Navarro ha conseguido algo mucho más importante, un intangible que está al alcance de muy pocos: el de crear equipo, escuela y valores en todo un país en torno al baloncesto, en hacer surgir la emoción de un deporte maravilloso, en mantener la ilusión año tras año en un grupo que ha ido evolucionando y mejorando, capaz de ir adaptando en su estructura muy diversos jugadores, y de hacerse mejor y más fuerte cada vez, más madura, pero igual de ambiciosa. El intangible de forjar un camino, un ejemplo, una lección de comportamiento humilde y trabajo incansable, de espíritu de sacrificio y generosidad conjunta. “La familia”, esa selección de baloncesto increíble que ha sentado los pilares de cómo se debe trabajar en el seno de un deporte colectivo, que ha dejado un legado impagable para las próximas generaciones de jugadores, que han construido un respeto sólido y mutuo con la afición, los rivales, las competiciones, y la historia en general.
A finales de los 90 el baloncesto español no atravesaba su mejor época en España; pero la irrupción de esta generación de enormes jugadores comandados por Navarro (con todos los que han venido después), y el buen hacer de grandes entrenadores que tanto han contribuido al desarrollo del baloncesto español, consiguieron que cambiara algo fundamental: la mentalidad ganadora de España. Antes, salvo el fugaz episodio de las olimpiadas de Los Angeles 84 con la plata, la mentalidad española era de perdedor. Y esto es algo que han conseguido transformar estos talentos dentro y fuera de la pista.

Navarro y sus compañeros generacionales consiguieron demostrar a todo un país, y al mundo entero, que España sabía jugar muy bien al baloncesto, y sobre todo, que creía en sí misma, en ser una potencia ganadora y que siempre compitiera. Desde la fortaleza del grupo, con humildad, pero con unas ganas enormes de comerse al rival. La voracidad competitiva y la creencia firme de que sabemos hacer equipo sentaron las bases de una transformación brutal en la mente y en el corazón de España con la selección de baloncesto, lo que se ha plasmado en la pista de manera impresionante durante las últimas dos décadas. La selección, con Navarro a la cabeza, ha sentado cátedra, un modelo, una forma de entender y jugar. Así como Platón fundó la Academia en la antigua Grecia, los juniors de oro han sentado los pilares históricos del baloncesto moderno en España, y de unos valores que nunca se deben olvidar, pues nos han hecho llegar al éxito. Valoremos que hemos vivido una época irrepetible.



Juan Carlos Navarro ha sido uno de los principales artífices de esta transformación generacional. Un profesional enorme, un jugador que respira baloncesto allá donde va. Con unas dotes maravillosas para el deporte y unas cualidades extraordinarias para ser el soporte y capitán. El que se echa el equipo a las espaldas y lo levanta, con anotaciones tremendas, tiros imposibles y una fiabilidad al alcance de muy pocos. Juan Carlos es ese jugador en el que todos confiaban siempre, el líder que no se esconde, que asume su responsabilidad dentro y fuera de la pista. Muy discreto, sereno, y tremendamente inspirador. Humilde y generoso, compañero de todos. Supo aprender mucho, escuchó siempre a sus mentores, se aplicó en la cancha y mejoró con los años, como el buen vino. Supo después transmitir su conocimiento y su experiencia a todos los que han venido; haciendo y no diciendo. Demostrando y no charlando; manteniéndose siempre fiel a su estilo y a su forma de entender el baloncesto.

Siempre letal con su muñeca, ayer, hoy y siempre. Una muñeca y un  movimiento veloces, muy difíciles de defender. Esa famosa jugada con tiro parabólico acentuado apodado “la bomba” que tantos puntos nos ha dado, tantas veces nos ha levantado del asiento, tanta gloria ha compartido con toda España. La “bomba” Navarro es el ejemplo del baloncesto español, el capitán que ha sabido transmitir los galones a cada uno de los jugadores del equipo, e impulsar el talento y la confianza de todos y cada uno de ellos. De todos nosotros. Navarro nos ha hecho creer con actitud y su coraje, porque nunca se ha rendido. Porque siempre ha entendido el equipo por encima de cualquier individualidad, como clave del éxito. Porque ha cuidado y mimado el baloncesto español como nadie, haciendo honor a su belleza, a sus valores y a su emoción. Respetando la competición, amando este deporte y haciéndolo más grande, más importante y más sonoro en nuestros corazones.




Cuesta mucho decirte adiós, Juan Carlos. Cuesta porque contigo hemos sido más fuertes, más felices. Hemos sido más baloncesto y más equipo, hemos sido un talento conjunto que ha aprendido a competir como nadie en todos los terrenos, allá donde va. Baloncesto y selección van de la mano, como también van Navarro y equipo, Juan Carlos y capitán, la bomba y canasta. Maravillosas décadas doradas que nos han enseñado que el baloncesto es paras quererlo y cuidarlo. Reguemos y mantengamos este legado de Juan Carlos Navarro, y de los próximos jugadores de esta generación que vayan siguiendo sus pasos, porque ellos nos enseñaron el camino de cómo se entiende y cómo se juega al baloncesto, cómo se construye, comparte y disfruta un equipo, y cómo se compite y se respeta un deporte tan extraordinario y emocionante como el baloncesto. Navarro, contigo el baloncesto español se lo ha pasado BOMBA. Hasta siempre Juan Carlos, y un solemne GRACIAS.

martes, 12 de septiembre de 2017

"¡VAMOS!": esencia de una pasión, reflejo de una mente feliz

Hoy en día se nos acaban los calificativos para comentar la trayectoria y los éxitos deportivos de Rafa Nadal, ese coloso del tenis que nos deja boquiabiertos con sus logros y hazañas, pero sobre todo por su discurso, su actitud y sus acciones. Podríamos resumir toda esa esencia, fuerza y optimismo que transmite, en su lema sobre la pista: “¡Vamos!”. Esta muletilla motivacional que surge de muy adentro, tiene un efecto exponencial, contagioso. Como una bola de nieve que se hace más grande, cada vez que la pronuncia con más intensidad. Cuando Rafa dice “¡Vamos!”, está creciendo por dentro. Está rugiendo sobre sus cimientos y se está reafirmando, ante su rival, ante el público y ante el mundo, pero sobre todo consigo mismo. Y seguramente lo diga no sólo dentro de la pista, sino fuera también.

Hoy, tras el US Open, Rafa lleva ya dieciséis Grand Slams ganados. Y muchos otros títulos, logros y récords estratosféricos, sólo a la altura de los más grandes de la historia. Sin embargo, no es eso lo que más me impresiona de Rafa. Lo que de verdad me impacta es sentir todo lo que transmite, con sólo verle jugar, concentrarse, hablar, entrenar, comunicar… dentro y fuera de la pista. Es un deportista y una persona que sabe muy bien quién es, y tiene los pies firmes en el suelo, por mucho que el mundo intente encumbrarle al cielo o defenestrarle en el infierno (cosa que le ha pasado muchas veces en su carrera).

Rafa conoce y es consciente de la sociedad en la que vive y lo que él aporta desde el mundo del tenis, desde su naturaleza de deportista. Y de la responsabilidad social que tiene y que decide ejercer. Por ello responde al modelo de líder moderno que necesita el mundo: joven, humilde, ejemplar, natural y auténtico. Con sentido común. Así, desprende siempre un halo de energía positiva, de aquel que conoce las raíces propias que le unen a su tierra, a su gente y a todo lo que ama. Y siempre con una actitud de gratitud hacia la vida y hacia todas las personas que le han ayudado, apoyado, animado.



Esto mismo es lo que veo reflejado cuando veo su trayectoria social: su academia, su centro deportivo, su fundación, su acción solidaria, sus patrocinios, su relación con los medios. Y por supuesto cuando observo a su equipo, a su familia. Serenos, concentrados, optimistas. Prudentes, discretos. En el mundo de la fama no es fácil ni habitual mantener una personalidad y un estilo de vida normal, ni una actitud de respeto y trato igualitario con cualquiera, pero Rafa y su entorno lo han conseguido, lo consiguen. Porque son personas normales, buena gente. Personas que se apoyan en personas, como medio mundo nos apoyamos día a día en ese “¡Vamos!” de Rafa, que nos impulsa fuerte.

A mi Rafa Nadal me sugiere una enorme admiración, y supone una guía de referencia. Ver a un deportista con tanta confianza y naturalidad, que habla de las situaciones y sus problemas profesionales con templanza y sin aspavientos, con un sentido de la responsabilidad y una lógica tan aplastantes, es de aplaudir. Eso me engancha, me fascina. Me ayuda tener ejemplos de este tipo en el panorama social y deportivo actual, cual faro que se mantiene firme en el mar. Rafa es uno de ellos, el número 1.


“¡Vamos!” en boca de Rafa se ha convertido en un lema fácilmente identificable con la perseverancia y la confianza en uno mismo, con el trabajo, sacrificio y con la certeza de que si no sale ahora, saldrá más adelante. Pero siempre adelante, siempre valiente, siempre luchando sin rendirse. Un lema que bien puede ser el adalid de la marca España, que Rafa representa como nadie. Porque ese “¡Vamos!” tiene que ver con su vida profesional y personal. Tiene que ver con las prioridades y las cosas realmente importantes en la vida.
“No me importa cuántos Grand Slams gane, tanto como ser feliz”, dice el fenómeno Nadal. Ahí reside el secreto. En ser feliz, en buscarlo. Él lo es y se nota, lo desprende intensamente con su presencia, su discurso y su actitud. Ha sufrido y ha llorado, ha peleado y ha perdido, como todos en la vida, pero ha creído siempre en sí mismo, en ser auténtico, en saber quién es y cuál es su entorno, en hacer las cosas bien, planificadas con cabeza y ejecutadas con el corazón. El talento entrenado con perseverancia, la mente educada en la importancia de lo que realmente es vital: la vida, las personas, el amor y el respeto, la fidelidad a uno mismo y a sus pasiones. La felicidad trabajada en la mente, vehiculizada con el deporte y consagrada con una actitud optimista en la vida, frente a uno mismo, frente al mundo.

Cuando veo a Rafa, mis sentidos y mi atención se centran plenamente en su ejemplo. Le veo y pienso “¡Vamos!”, adelante, arriba. Aprende, disfruta, vive. Juega, entrena duro, valora lo que tienes, ama lo que haces y pelea por lo que sueñas. Es una fuerza tal la que transmite Rafa, una seguridad en sí mismo, que no hay lugar para los miedos. Seguramente él también los tenga, como todos, pero se los come, los aplaca. Porque ser feliz es más importante que tener miedo. Porque vivir es más importante que sufrir. Porque sonreír es tan importante como comer y respirar. Porque el deporte es el alimento más sano para llenar el alma de coraje y de espíritu de superación, no solamente dentro de la pista sino fuera, al ver que existen deportistas de élite de la talla de este chaval, Rafa Nadal.





“¡Vamos!” es el sello de una pasión, de una actitud en la vida y de un modelo de liderazgo. Es la esencia de la marca España, y de toda una corriente de fuerza deportiva capaz de impulsar e impregnar todos los ámbitos de la vida. Es la ola imparable de motivación y esfuerzo, de humildad y confianza. Pero por encima de todo es el reflejo de una mente feliz, sana y equilibrada, que genera respeto y gratitud a partes iguales, y que disfruta de la vida no como un problema, sino como un regalo.

Gracias de nuevo Rafa Nadal, por gritar con todos nosotros, ¡VAMOS!