martes, 17 de septiembre de 2019

Cuando el baloncesto nunca te abandona

Jugando al baloncesto llegamos a la cima del mundo. Somos campeones mundiales por segunda vez en nuestra historia. Sufriendo, creyendo, creciendo y luchando contra todo. Contra nuestras propias dudas y miedos, nuestros críticos y aficionados, contra los rivales y también las trabas del camino. Somos afortunados de vivir este momento especial. Está permitido emocionarse, llorar de alegría y pellizcarse. Esto es real pero no ha sido gratis. Ha sido un camino extenuante, lleno de altibajos, de superación conjunta y de victoria tan merecida como inesperada, de lecciones tácticas, técnicas y humanas. Ha sido un triunfo desde el corazón del baloncesto, de nuestro ADN deportivo. Esta selección, la más laureada de todos nuestros deportes colectivos, ha culminado de manera sublime un durísimo asalto de cuatro cuartos que ha durado casi dos años.

  •  Primer cuarto: agradecimiento manifiesto a los héroes de las ventanas
Seamos agradecidos y hagamos ejercicio de memoria. Este mundial es un milagro, una carrera de obstáculos sin descanso que ha exigido el mayor ejercicio de unión, esfuerzo y confianza en el grupo al que jamás se haya tenido que enfrentar el baloncesto español. Nadie daba un duro por España ya desde el inicio de la fase clasificación. Hablo de finales de 2017 cuando comenzamos la andadura de las “ventanas FIBA”. Una trampa envenenada en la que los lobbies del baloncesto, enfrascados en luchas de poder y negocio, trataron de ahogar el espectáculo y adulterar la competición haciendo inviable el calendario para que la mayoría de jugadores de primera línea de las selecciones nacionales (aquellos que juegan en las competiciones punteras del baloncesto mundial- NBA, Euroliga, etc.), pudieran disputar la fase de clasificación.

España es una de las que se vio más mermada, y nuestra presencia tanto en el mundial de China 2019 como en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 empezó a verse poco clara. Más aun con la dureza de los rivales que nos aguardaban: Eslovenia (actual campeón de Europa), Montenegro, Bielorrusia, Ucrania, Letonia y Turquía. Ahí es nada. Doce partidos tortuosos en algo más de un año que nos exigían el máximo desde el principio, un reto mayúsculo. Tocaba construir un equipo de mimbres nuevos, de clase media enraizada en los valores más esenciales de nuestro baloncesto para estar a la altura de nuestra historia y clasificarnos para jugar el mundial: equipo, equipo, equipo. Confianza en el grupo, en el compañero, siempre, hasta en los peores momentos. Esfuerzo e ilusión sin descanso, trabajo en la sombra y sin aspavientos. Remando sin rendirse nunca.

Sergio Scariolo y su equipo, junto con la Federación Española de Baloncesto, trazaron un plan para compensar la ausencia de los primeros espadas en la clasificatoria, y construyeron un grupo de guerreros con un compromiso sobresaliente, una férrea nobleza en la pista y una disposición infinita para cumplir el objetivo de llevarnos al torneo de China. La humildad del baloncesto empapó una vez más el sentimiento de los que cumplen en silencio y con orgullo. Los Colom, Beirán, Rabaseda, Vázquez, Saiz, Fernández, Brizuela, Vidal, Abalde, Paulí, Vicedo, Diop, Aguilar, Sastre, Yusta… y así hasta 29 héroes del baloncesto nacional, nos abrieron la puerta a la posibilidad de estar en el mundial. Completaron una brillante fase cual guardia pretoriana que no abandona a su suerte a su rey, con diez victorias de doce y primeros de grupo. Demostraron que España tiene presente y futuro, que sigue cultivando mucho y buen talento no sólo por nombres y figuras, sino porque sigue trabajando en valores y compromiso, y sumando adeptos en torno a una idea común, esa que lleva más de veinte años haciéndonos disfrutar y creando afición: baloncesto es equipo.

Gracias a los héroes que nos han mantenido a flote en la larga e incierta travesía de las ventanas. Gracias por aceptar su rol sabiendo que aun clasificándose para el mundial, la mayoría ni siquiera acudiría a disputarlo. Gracias por apretar en los momentos duros y nutrirnos de baloncesto honesto y profesional hasta la médula. Gracias a Scariolo y  a la Federación por pelear y defender el baloncesto español, sus derechos, su posición y labrarse el respeto que merece. Por trazar una estrategia valiente y convencida que ha transmitido al equipo la importancia y la vitalidad de su compromiso en una fase que puso en jaque mucho más de lo que pensamos.

  • Segundo cuarto: la lista, la preparación y las dudas
Llegó el verano y la lista de preseleccionados para el mundial. Y el mar, el mar de dudas desde todos los ángulos que perturbaban la preparación del equipo, los amistosos y las exigentes pruebas del calendario que tenían que afrontar nuestros jugadores para llegar con garantías a la competición de septiembre. Sumábamos más zancadillas y barreras para un equipo en los que muchos jugadores, ausentes y presentes finalmente, estaban siendo cuestionados duramente por diversos motivos: falta de compromiso, falta de ambición por competir, falta de trabajo físico y dejadez en la preparación, presencia inmerecida en la lista por su nombre…. hubo quejas para casi todos y dudas sobre el fin de ciclo, sobre la capacidad de este grupo para renovar sus ganas de seguir jugando al baloncesto y ganando. Pau Gasol no estaba, tristemente, por lesión; el Chacho, Mirotic e Ibaka renunciaron por motivos personales y físicos, honestamente no iban a poder dar su mejor nivel y eso les honra. Suplir a Reyes, Navarro y Calderón, retirados hace tiempo de la selección, se les hacía bola a muchos españoles. Marc llegaba lastrado físicamente después de un durísimo año con anillo NBA incluido. Algo parecido con Llull y Rudy, injustamente puestos en el candelero. De Ricky se recelaba sin creer en su transformación de líder de futuro, sobre los Hernangómez la alargada sombra del peso de la historia de los hombres altos de España. Del resto, banquillo y rotación escasa y con pocos recursos se decía, con poco nivel y experiencia en competir en grandes campeonatos y dudas sobre su rendimiento en los momentos difíciles. Trago desagradecido para Oriola, Claver, Ribas y compañía visto su buen año y números esta temporada.

Y el equipo echó a andar ajeno a quien cuestionaba sus posibilidades. Trabajó mucho durante una concentración larga, intensa y ruidosa. Empezó a construir el muro y el escudo donde se resguardaría durante los huracanes del torneo, que llegarían sin duda ante el más mínimo atisbo de problema en la cancha. Empezó a mandar señales de sus signos de identidad familiar, trabajando los automatismos y sus conexiones, haciendo más fuertes los lazos invisibles entre jugadores y técnicos, construyendo la mentalidad a la que agarrarse en los momentos de mayor exigencia. Hizo buenos amistosos y recibió un par de avisos serios de Rusia y de Estados Unidos, que nos vinieron estupendamente para seguir mejorando.

Gracias a Scariolo y  a su equipo técnico, por ejecutar con templanza y mano firme al mismo tiempo la transición y el equilibrio que necesitaba el entorno y el equipo en esta fase, en busca del bien común de nuestro baloncesto. Por tomar decisiones difíciles. Por mantener un rumbo y un plan de juego físico y táctico preparatorio que nos diera los mimbres necesarios para salir a competir con la mayor eficacia posible. Gracias a los jugadores seleccionados y que finalmente acudieron al mundial a defender el nombre del baloncesto español siendo fieles a sus valores y a su propia historia. Gracias porque con la tormenta de fondo, “La Familia” se plantó en el arranque del torneo, convencida de que desde dentro, el grupo podía ir superando todas las barreras que quedaran por venir, si permanecían juntos.





  •  Tercer cuarto: el quijotismo español del arranque, los palos y el momento clave
Túnez, Puerto Rico, Irán. Un grupo trampa en la primera fase del mundial, en la que había mucho que perder y poco que ganar al parecer. Y vaya si lo hubo. El equipo empezó tímido y dubitativo estos partidos, sin dar las muestras de solidez física, mental y técnica esperada para los recursos de la plantilla. Ya sabemos que en este país nos hace falta muy poco para empezar a atizarnos, y claro, como España no sólo no arrasaba a sus rivales sino que se veía en dificultades para sacar los partidos adelante, el quijotismo español apareció en todos los rincones de la afición y medios para machacar a nuestra selección. Un servidor entona el mea culpa también. “Sólo dan el nivel 5 o 6 jugadores”, “no hay banquillo, están a años luz titulares y suplentes”, “esta generación no da para más”. “Equipo de circunstancias, papel justito el que podemos hacer, el preolímpico nos espera, llegar a cuartos sería el mayor logro para este equipo….”. “Marc llega físicamente fatal, Ricky sigue sin madurar como esperamos, Rudy está para el arrastre, Llull no ha vuelto ni se le espera, los Hernangómez no están a la altura, les falta disciplina y rigor, Oriola, Claver y Ribas no tienen nivel para competir en grandes campeonatos…”. “Scariolo sólo gana cuando tiene a todos los buenos”. Bueno, perlitas variadas y de todo tipo que caían como cuchillos afilados.

Pero España, aun trabada en juego y espesa en ataque, falta de intensidad en defensa y buscando su propia identidad en el campo, seguía trabajando y sacando con oficio los partidos adelante. Rotando desde el banquillo para encontrar la mejor fórmula y combinaciones que nos permitieran construir un mejor baloncesto en la siguiente jugada, en el próximo partido. Esto también hay que saber hacerlo para ganar un campeonato mundial, no es todo jugar a favor de viento y que todos los partidos salgan redondos.

La segunda fase nos enfrentaba a los miuras Italia y Serbia, un escalón tremendamente exigente para encontrar nuestra mejor versión y hacernos el camino más transitable en los posibles cruces. Pero este equipo tiene ese carácter que le hace inasequible al desaliento, capaz de crecerse cuanto mayor es la exigencia. Italia fue el partido clave para recuperar nuestra poderosa defensa, intensa y agresiva. Dejar a los italianos con apenas 60 puntos dice mucho de la mejora táctica en la pintura y en zona que consiguió la selección. Bajamos al barro a defender, llevamos el partido a nuestro terreno, al de competir con más intensidad que el rival y a agarrarnos a nuestras jugadas y jugadores más inspirados. Y el subidón de autoestima y fortaleza del vestuario tras ese partido nos llevó a elevar un punto más la intensidad ante el coco serbio, el mejor equipo supuestamente sin contar a Estados Unidos. Mejoramos el nivel de acierto en ataque y seguimos progresando en defensa, cerrando rebote y ganando adeptos a la causa del equipo. Los jugadores se iban enchufando a medida que pasaban los minutos y los serbios no sabían ni por dónde les venía el viento, sorprendidos y superados. Los nuestros empezaron a desplegar alas, y sobre el dique que habían construido juntos durante la época de tempestad, se hicieron más altos, más rápidos y más fuertes. Se sabían capaces de competir con cualquiera y de manejar el tempo de cualquier partido. Estábamos clasificados para cuartos, teníamos a tiro la plaza olímpica y la pinta del equipo era más saneada y efectiva. Pero aún en este cuarto seguía habiendo mucha gente que no se subía al barco de la fe y la confianza en el equipo para hacer cosas grandes, y apenas se conformaba con poder pelear una medalla, pues veía inabordables tres o cuatro rivales en unos hipotéticos cruces finales.

Gracias a todos aquellos que no creyeron en este equipo y que se subieron al carro a última hora. Hicieron más duro y más firme el convencimiento de los jugadores y técnicos. Más vale tarde que nunca. Gracias por todas las adversidades en la pista que hicieron a cada jugador creer, crecer y ocupar un papel todavía más relevante del que se esperaba, para jugar sin complejos y de frente ante la historia una vez más. Gracias por ser capaces de cambiar el chip y revelar nuestro verdadero baloncesto en los momentos más exigentes, por la mentalidad ganadora cuando el miedo a perder acecha.

  • Cuarto cuarto: el crecimiento, el milagro del baloncesto y la apoteosis de España
España coge aire, se lame las heridas de las batallas precedentes y se conjura para competir lo que queda de campeonato como sus antepasados les enseñaron. Ahora es el momento. Doblega en un partido serio a Polonia en cuartos, con el mismo rigor con que venía desarrollando su juego previamente y asentando más y mejor los conceptos, las rotaciones, las aportaciones individuales y la inteligencia táctica y colectiva sobre la pista. España está en semifinales y ya tiene billete directo para Tokyo 2020, un éxito que hay que valorar en este momento del camino porque nos da el reconocimiento que merece: somos olímpicos porque lo merecemos por juego y entrega, por calidad y ambición de ganar. Una plaza muy codiciada.

Y llegamos a semis para jugar contra Australia, un equipo cargado de “NBAs”, de transiciones directas y francotiradores en todo el perímetro. España empieza bien pero se atasca y comienza a sufrir en el rebote y en los ajustes ofensivos. Damos síntomas de fatiga y vamos a remolque casi todo el partido. Pero nunca nos rendimos, nos mantenemos haciendo la goma, seguimos creyendo y esperando nuestra oportunidad. Aguantando la presión a pesar de la falta de precisión. Estábamos echando un pulso con la historia, crédulos contra incrédulos, de si éramos capaces de superar nuestros propios horizontes.

Scariolo volvió a hacer algunas variantes y a espolear a los suyos bajo la propuesta que mejor entienden, la de volver a los orígenes todos juntos: apretar los dientes en defensa, mantener la intensidad física, seguir buscando buenas posiciones de tiro, jugar con inteligencia táctica y confiar en la inspiración de nuestras estrellas. Y funcionó porque nuestros jugadores aparte de ser buenos son listos y rápidos. Olieron la sangre, la debilidad del rival,  y fueron a la caza de la presa. Comenzamos a desgastar a los australianos con posiciones de tiro muy incómodas para ellos, basado en constantes ayudas y mejor ocupación de la zona en el campo. Encontramos la manera de enchufar la máquina del “pick & roll”, Marc y Rudy haciendo su agosto para echarse el equipo a la espalda. Los veteranos haciendo gala de su experiencia, nos dieron más que aire en jugadas decisivas.

Y forzamos una prórroga, y otra más. Y a la segunda remontamos y ganamos con autoridad un partidazo que se recordará en las hemerotecas de la historia de nuestro baloncesto, de esos que hay que poner a los niños para que aprendan cómo se defiende, se rema, se aprende a sufrir en el campo y se supera uno mismo en vivo y en directo. España se paró un viernes por la mañana para vivir una remontada descomunal y apasionante de las que hacen afición, a la altura de las grandes gestas de esta selección, sólo un peldaño por debajo de la final olímpica de 2008 en Pekín. De nuevo en China, el equipo había dejado para el recuerdo el partido más memorable en años, y desde luego su mejor actuación del torneo. España volaba sostenida por unos mimbres de acero, aquellos que te da la fortaleza inmensa del grupo, la creencia de que es posible y que siendo fieles nuestro estilo somos capaces de competir con cualquiera, con enorme humildad pero sin renunciar a los sueños más grandes. “Aun no hemos hecho nada”, decía Ricky tras clasificar para la final. Eso es hambre, de ganar, de ser mejor y superarse cuando crees que has llegado a tu límite.

Y España siguió volando. La final no fue ningún trámite ante una dura y talentosa Argentina, pero España llevaba una marcha más. Íbamos a velocidad de crucero, jugando a un nivel tan alto o más como en la semifinal. Fuimos un torbellino de aciertos y de inteligencia brutal sobre la pista: buenas posiciones de tiro, buenos porcentajes, enorme rebote, la defensa infranqueable, y los estiletes enchufados. Manteniendo la intensidad cara a cara con el rival. Todos aportando, todos. La máquina estaba engrasada perfectamente, rodaba casi sola, con el ingeniero Scariolo haciendo ciertos ajustes tan sorprendentes como efectivos en los que cambiaba quintetos y defensas ahogando las virtudes del rival. En este nivel de juego y confianza, habiendo encontrado nuestro equilibrio perfecto, daba la impresión de que España podía jugarse otro campeonato entero y volver a ganar ante cualquier rival, o al menos competir hasta más allá de los confines que este deporte conoce. Llegamos a la meta frescos como lechugas, ávidos de baloncesto y con ganas de más. Fruto de una preparación y una mentalidad propia de los grandes equipos campeones, a prueba de tempestades, que es la que en nuestro país se sigue sembrando y cosechando con los años.
  • Epílogo:
Y fuimos campeones del mundo, otra vez, porque lo merecimos con mayúsculas. Porque el compromiso es nuestro mayor valor. Con el grupo por encima de uno mismo, con el trabajo bien hecho más allá de las florituras, con el baloncesto y sus valores por encima de cualquier obstáculo y excusa. Cuando se juega mal se dice, para aprender, y cuando se juega bien, también, para construir. Verdades a la cara, miradas a los ojos para buscar al compañero y decirle “confío en ti”. Sin reproches por los fallos, seguimos remando, tratamos de hacerlo mejor la siguiente vez. Contagio mi ilusión y mis ganas, mi determinación por hacer algo grande, y el de al lado hace lo mismo y crece por encima de sus posibilidades. Esta es la inspiración de España, la del hombro con hombro y la de que si uno puede, todos podemos más. La de los que están curtidos en mil batallas y enseñan a los que vienen por detrás cómo se compite, cómo se sufre y como se mantiene uno vivo en el partido en los momentos más delicados. En los momentos en los que no queda nada más, en los que la mayoría tiembla, sólo nos queda sacar nuestro baloncesto a relucir, lo que mejor sabemos hacer: el trabajo colectivo de nuestro equipo.

Después de mucho sufrimiento, de aguantar barbaridades, críticas feroces y dudas abismales, este equipo ha llegado a la orilla con otro oro. Contra todo pronóstico, y a pesar del escepticismo general del pueblo, ese del que seguimos sin aprender aunque nos den una y mil lecciones, España sigue siendo de oro. En valores y en entrega, en sacrificio y en constancia. En calidad y talento, en confianza y en mentalidad de baloncesto. Gracias a Dios, y que siga siendo así, en España el baloncesto nunca abandona a su pueblo, por más que este le maltrate una y otra vez. Y esta selección nos lo demuestra verano tras verano, ellos y ellas.

Gracias de corazón una vez más a TODOS los jugadores, cuerpo técnico y Federación, por hacer posible el milagro, por conseguir y repetir el mayor sueño, por jugar y vivir como una familia que sabe que cuando lo das todo, no se te puede reprochar nada. Tokyo, te saluda el campeón del mundo, allá vamos a seguir compitiendo, creciendo y disfrutando. Esto sólo es un juego, pero qué juego. El que nos da estas alegrías en la vida, que nos pone el corazón en niveles sublimes de felicidad y adrenalina: BA-LON-CES-TO.

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