Se despiden de La Liga, del fútbol español esta temporada. Andrés Iniesta y Fernando Torres cambiarán de rumbo en apenas un par de meses. A sus 34 años, y mirando en el horizonte el ocaso de sus carreras futbolísticas, han decidido despedirse honrosamente del fútbol de élite y de los clubes de sus vidas en España, como ya pocas veces ocurre.
Estamos ante un momento de aceptación, pues el tiempo es inexorable para todos. Pero también de alegría, de aplauso y de respeto. Hacia dos enormes jugadores que en los últimos 15 años han marcado de manera muy importante el salto de calidad del fútbol español, la modernización del fútbol europeo, y la puesta en valor nuestra Liga. Pocos jugadores hay en el panorama actual que despierten tanto respeto y gratitud por sus carreras, por su fidelidad a sus valores y a los de sus clubes, pero sobre todo la honradez hacia sí mismos y hacia el fútbol, ése que les ha dado tanto, ese que les debe agradecer tanto.
Iniesta ha sido probablemente el mejor jugador español de la historia del fútbol; a nivel técnico, con el balón en los pies, nadie ha conseguido dominar como él los registros del toque, el pase y el espacio, la verticalidad, el tempo, las asistencias. Es la elegancia de un fútbol suave y sin asperezas, práctico, sencillo, de asociación y movimiento con un único objetivo: respetar el balón. Ese balón que protege como nadie, tan difícil quitárselo. Ese balón que domina con enorme inteligencia táctica en el campo, tanto con él como sin él. Iniesta ha visualizado las jugadas antes que los rivales, yendo un paso por delante en la ocupación de los espacios y en la ejecución de los movimientos, suyos y de sus compañeros. Eso le ha permitido gobernar el ritmo de juego, frenar o acelerar los partidos según lo que el equipo necesitaba, leyendo entre líneas lo que muy pocos consiguen descifrar. El manchego ha sido el creador de fútbol y magia, inventor de jugadas inverosímiles y sorprendentes, pero no de cara a la galería, sino efectivas y con sentido, para hacer más grande a su amigo el balón, para honrar a su padre fútbol. Ha sido el guardián del buen gusto en el campo, el defensor de un estilo y de unos valores gracias a los cuales ha crecido como pocos. Iniesta fue generoso con el fútbol y éste le devolvió todo lo que tenía, salvo el Balón de Oro 2010, que toda España siente como suyo tras el Mundial de Sudáfrica, y que nos queda como cuenta pendiente con el planeta fútbol.
Fernando Torres por su parte, ha sido uno de los grandes delanteros españoles de la historia, y se ha labrado el respeto de toda Europa, allí donde ha jugado. Un jugador rápido y vertical, sigiloso en su desmarque y generoso en su esfuerzo. Un futbolista diferente que explotaba el espacio y la espalda de la defensa, jugando a la contra con una enorme velocidad y una potencia envidiable. Ha sido un delantero que ha sabido transformarse según avanzaba su carrera, aprovechando y adaptando sus cualidades en cada momento. Un jugador que hace muy fácil la transición a sus compañeros, que enlaza, se ofrece y no se esconde. Un delantero con el que muchos han querido jugar al lado, porque cerca de él podían brillar más. “El niño”, como se le apodó, ha sido un delantero nada egoísta, que ha sabido gestionar muy bien su relación con el gol, tanto en las rachas buenas como en las menos buenas, y que siempre ha cumplido en el campo, acudiendo fiel a su cita con el trabajo, con la presión, con el esfuerzo, con el desmarque y con el gol. Goles que ha marcado en grandes cantidades, de todas las formas, asombrando a Europa. Y con la defensa de sus colores, de sus valores, con la reivindicación de sí mismo en el campo. El saber estar dentro y fuera del terreno de juego de Fernando Torres es de una grandeza admirable, y el reconocimiento de la afición por ello es más que merecido.
Mención aparte para la época dorada que, entrelazados y juntos, han construido Iniesta y Torres junto al resto de su generación en la selección española. Nos dejan arriba, muy arriba. Nos han llevado a salir de una dinámica derrotista y perdedora, a conseguir en la última década las cotas más altas de la historia del fútbol español. Nos han llevado a creer en nuestra cantera, a pensar de una vez por todas que somos grandes en este deporte, y que sabemos jugar al fútbol como los mejores. Nos han recordado que la cabeza lo es casi todo, y que la mentalidad ganadora también es parte de España y de nuestro deporte, aunque hubiera estado aletargada tiempo atrás. Torres marcó en las inolvidables finales de la Eurocopa 2008 de Austria y Suiza (el gol de la victoria ante Alemania) y de la Eurocopa 2012 de Ucrania y Polonia (el tercer gol de los cuatro que España le endosó a Italia). Iniesta por su parte, hizo el gol memorable para la historia que nos coronó en la prórroga ante Holanda como campeones del Mundial 2010 de Sudáfrica. Con ellos hemos vivido el éxtasis de un fútbol exquisito y ganador, de una generación que ha llevado a España a ser el ejemplo mundial de lo que es jugar al fútbol: dominar, deleitar, dar espectáculo, marcar y ganar. Pero también de lo que es un conjunto de jóvenes jugadores ejemplares y unidos, una generación de futbolistas en la que la mayoría son o han sido tan talentosos como respetuosos, discretos y agradecidos. Jugadores como Iniesta y Torres, humildes, que saben de dónde vienen y la suerte que han tenido de poder vivir años históricos de plenitud futbolística con España, con sus clubes, en sus carreras inolvidables, en su vida. Jugadores que son inspiración para nuestra sociedad, personas que nos han hecho mejores a todos.
Más allá del palmarés y la cantidad de títulos que estas dos leyendas acumulan a lo largo de sus carreras, está su aportación tanto en el terreno de juego, como fuera de él. Capitanes merecidos en sus equipos, galones de quien hace honor a un brazalete con historia, que han sabido llevar en sus clubes y en la selección nacional. Su ejemplo, sus valores, su compromiso con el trabajo bien hecho, su dedicación y mejora continua, su ambición sana por ser mejores. Acorde con la personalidad de ambos, huyendo de la polémica y de la confrontación envenenada, respetando siempre la competición y a los rivales, tendiendo una mano por el juego limpio, la concordia y la competitividad dentro de los límites morales del deporte.
Ambos son una fuente de inspiración extraordinaria para la juventud que ha crecido con ellos, un espejo valioso en el que mirarse y del que aprender, ante un mundo cada vez más crispado y hostil, que intenta a veces envenenar el deporte a través de una excesiva tensión y violencia. En este escenario, Iniesta y Torres, dos chavales discretos y educados, han sabido labrarse sendas carreras de élite sin perder los pies del suelo, construyendo con su trabajo y talento, y demostrando con sus valores, que en el fútbol sigue habiendo espacio para los románticos, para enamorarse de unos colores y de un espectáculo, para construir carreras ejemplares y diferentes, para honrar y respetar un deporte precioso y una competición maravillosa, para ser fiel a uno mismo y disfrutar de una vida de pasión, balón y gol. Una vida de deporte y respeto, de tolerancia y fútbol.
Hemos de dar las gracias de todo corazón a estos dos fenómenos españoles del fútbol mundial, Andrés Iniesta y Fernando Torres. Sus homenajes son más que merecidos, por el legado que dejan y el espíritu deportivo que han sabido mantener. Mucha suerte a ambos en sus nuevas etapas.
Y quizás, sólo quizás, podamos pensar en un último gran sueño este verano en Rusia para despedir a Iniesta en activo de la selección: otro título Mundial y otro gol en la final. ¿Queremos soñar con ello? YO SI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario